lunes, 20 de abril de 2009

MATURRANGOS

Eche o que ha, castijo aos caballeros por ter escollido o rumbo do mar.

Con tristeza de triste tristura leo el titular de un estúdio que desnuda el estereotipo de los gallegos en Argentina. Dice que somos “trabajadores, honrados, leales, pero también cortos de miras, tacaños y toscos”. “Son rasgos que definen el estereotipo del gallego” en el imaginario popular de la culta argentina – reproduce la Región Internacional en su edición de 9/04/09.

Lo más común en la naturaleza humana es mostrar grandeza de conocimiento por el poco conocimiento que tenemos de la grandeza mayor. Generalizamos la imagen de un caudillo y difuminamos ciencia de que todos son generales por reproducción homocigótica, fragmentación asexuada de vástagos de un único y original árbol, injertados en  roca estéril de reproducción comunitaria. Constituimos, los gallegos emigrados, un único clon, transmisores de un patrimonio genético derivado de las células genéticas de un barro aldeano.

La generalidad nos permite crear reglas para explicar lo inexplicable, entre ellas, la herencia de los caracteres adquiridos. Para probar la ciencia de la generalidad no faltan sabios hechiceros en los que puedan apoyarse la sabia conclusión de María Rosa Lojo, grabada en un libro financiado por el Consello de Cultuira Galega, reflejo de pisadas gallegas por la “literatura, el sainete y la prensa”. Somos, como diría Lamarck, puntas de lanza arrojadas desde la España ibérica,  perfectamente adaptadas al mundo nuevo por la eficiencia de nuestras cualidades de maturrangos.

 Motivos justificatórios de la tesis sobre la personalidad del bruto gallego se atrinchera  en la marginalidad y pobreza de los gallegos que llegaron a Argentina en olas migratorias de mediados del siglo XX, olas en corrientes paralelas con hordas de emigración alemana, chino-japonesa o, mayoritariamente, italiana, entre otras. Luego lo que se habla del gallego emigrante podemos afirmarlo de los alemanes, italianos y de cualquier otro pueblo que, agobiado por penas del infierno, buscaran libertad en paraísos imaginarios.

Un sentimiento de humillante comparación inunda mis recuerdos sobre los años sesenta, cuando compañeros de trabajo recibían cartas de sus países interesados por la cualidad de su existencia y propiciaban informaciones sobre recursos de amparo. Yo sufría en silencio bajo el efecto de un generalato, soñando como podría contribuir a la restauración de mi viejo mundo.

Los gallegos, y españoles en general, tenemos mucha experiencia en cuestiones de abandono. Históricamente podemos recordar el abandono de la tripulación de la Gallega en la isla de Santo Domingo, allá por los años de la gracia de los Reyes Católicos y el vice rey de todas las indias, el genovés don Cristofaro Colombo. Históricamente, recurro al abandono institucional de mi propia existencia, por negligencia, mala voluntad, deshonestidad, tacaña y corta de miras de la Seguridad Social de Galicia en reconocer, para efectos de jubilación, trabajo seriamente documentado por más de tres años en Galicia.

Eche o que ha, castijo aos caballeros por ter escollido o rumbo do mar! Así, pues, sin querer generalizar, me sobran razones de maturrango para morir toscamente desconfiado de las intenciones de  Rosa Lojo. 

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