viernes, 3 de febrero de 2012

ODISEA DEL FRACASO


30 economistas se reúnen en la Toja para pensar como se puede decidir la puesta en marcha de un comedor que sea capaz de digerir ese enmarañado juguete de administradores públicos. Son más un grupo que se presenta en el escenario para sugerir un nuevo orden, capaz de alterar el orden en vigor.

Lo de oportunidad sacada del bolso de la crisis huele a oportunismo de arrancar provecho de un estado que fue comiendo todo que podía y, ahora, molestado por hediondos olores, desea dar destino a sus heces. Poco se puede hacer en el destino de los residuos, a no ser darles algún valor ofreciéndolo a la industria de reciclaje. Veamos la esencia del discurso que discurre en bajo intestino por el interior del tripeo: fusionar los municipios y eliminar las diputaciones.

La conducta de estas dos organizaciones está regulada por comportamiento de padrones estables, perfectamente adaptados (sin remedio que les diera palo) a la incomprensible  sumisión de las personas que orbitan en el entorno. Es una conducta que ya fue objeto de muchos estudios en el campo de la psicología, sociología y otros muchos logos del conocimiento humano. Dígase, en defensa del particular grupo de los 30, que todas esas artes del dominio personal también forman parte de la estructura que forma el conocimiento económico.

Nada es eterno, ya lo ha dicho nuestro presidente. En el equilibrio dinámico todo es reversible porque reacciones opuestas también saben soplar la misma gaita. Pretendemos con esto alterar el metabolismo histórico transformando lo que parece inactivo en substancia activa. No obstante, me parece prudente proceder al análisis detallado de toda y cualquier propuesta que venga integrar un programa de acción  que obligue a todos, menos los gobernantes, a caminar entre los escollos de esa imprevisible ruta metabólica.

Nuestro sistema de gobierno, aparentemente abierto, ha surgido de un sistema tradicionalmente cerrado. Todos los mecanismos de autorregulación están ajustados,  por sus efectos inhibidores de la homeostática reguladora que todo los hace parecer estable en el correr del tiempo, a la dependencia de un modelo monolítico y reaccionario.

La ilusión de un intervencionismo gubernamental en la vida particular de las personas pierde fuerza cuando el individuo observa que su energía personal desvanece en el despilfarro colectivo. En nuestro pensamiento surge un deseo latente de transformarlo todo para ver si del remeneo surge alguna luz que nos devuelva la fe que el niño tiene por encontrar un mundo mejor.

Uno solo no somos nadie; dos somos pocos: tres tal vez seamos suficientes para resolver los problemas que cada uno tiene. Si el tercero me engaña no me deja duda en saber que también engaña al segundo. Con dos pies el equilibrio es inseguro y el tercero explorador acaba cayendo de narices para replantarnos todos de nuevo.

Hay un exceso de gobiernos y un exceso todavía más irritante de gente gobernando eses gobiernos. En la odisea del fracaso, uno en su aislacionismo numérico se ve obligado a trabajar para un colectivo que parece trabajar únicamente para tirarnos dinero y, lo que me parece infinitamente más absurdo, algunos dentro de ese colectivo ora et labora para arrancarnos el derecho natural de vivir y trabajar por el mérito de nuestro sudor.

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