domingo, 5 de febrero de 2012

RESPONSABILIDAD SOCIAL


El tema me parece actual y coincide con los asuntos en debate por cualquier taberna de nuestra globalizada aldea: la responsabilidad social de los políticos. A lo largo de la digresión pretendo establecer conexión con los conceptos desarrollados por el nobel economista, laureado en 1976, Milton Friedman.

En el segundo milenio, nueva era que parecía insinuar prevalencia de algunos recursos intocables, como el conocimiento, moral, ética y la reputación, adquiere enorme importancia repensar el modelo que nos domina y se muestra incapaz de reconducirnos a la sociedad del bienestar.

Después de caminar varios años bajo la buena intención de constituir una sociedad libre del preconcepto que transforma las personas en objeto de la división de clases, en función del dinero que tiene o deja de tener, vemos como se ultrapasa el primer decenio de este siglo plenamente sumergidos en un foso emporcallado por deudas y con los pies atados a una colección de plúmbeos compromisos con agentes del descaro financiero.

Por la costa peninsular y todas las regiones que la costa  envuelve, seguimos a remolque de la loco motiva que los países técnica y económicamente más desarrollados van abandonando. El desfase es del orden de un cuarto de siglo. Hoy aceptamos modelos que otros países ya han experimentado, no les han parecido que sean buenos o saben que puede haber otros que son mejores. Sin duda, forma parte del conocimiento el contacto  con toda y cualquier filosofía de vida, pero ya no es inteligente y mucho menos prudente nuestra transformación en cobayas de experimentos fracasados. 

Lo que era interesante en los años que siguieron a la segunda guerra mundial, hasta el año 1973, año del primer choque petrolero que puso a deriva del viento el valor de la moneda internacional del dólar, hegemónico durante su ciclo de oro, puede no serlo ahora. El ilusionismo keynesiano perdía fuerza en la medida que aumentaba la intervención del gobierno en los asuntos económicos de las personas libres. Fue un periodo muy positivo para la esperanza de las personas involucradas en el trabajo que producía riqueza y estimulaba a consumir la vida en esa permanente labor eterna del Sísifo obediente. No obstante, es de esa permanente intervención que, con el cuño legalista, advienen todas las políticas restrictivas a la iniciativa de las personas. Demagógicamente abogan por la creación de empleo utilizando la política tributaria  y fiscal para arrancar recursos de la capacidad productiva, para luego  enterrarla en la monolítica cultura de la ilusa formación financiera y su banca distributiva del producto-fantasma, a destajo de una incomprensible gama de nuevos productos.  Fue un periodo de loco estimulo a las razones del bienestar con su correspondiente busca de medios a cualquier coste y comprometimiento de generaciones futuras, que hoy, infelizmente, no se ven contempladas por el bienestar presente, ni siquiera por el beneficio de la ilusión de un mañana mejor. Vivimos un giro de 180 grados de un sentimiento que fue positivo para la igualdad. Ahora nos domina el sentido contrario de la desigualdad que, sin mucho esfuerzo, promueve la existencia de unos pocos ricos, cada vez más ricos, y una masa enorme de pobres, cada vez más pobres. Parece como si alguien en algún lugar concentra toda la renta del mundo y la riqueza que todas las naciones deben.


Atribuyen a la visión de Milton Friedman la imagen de que la mano invisible del mercado solo funciona si el Estado exhibe puño duro y palo largo, si le muestra la hoz y martillo, el haz y flechas, el cañón y castillo y una emotiva canción  que recuerde la infancia vivida con mucha angustia por la visión de una particular y macabra danza. Es esa mano invisible la mano poderosa que se acobija en los bolsillos con la disculpa de encontrar caliento y salir sudando después de ocasionar un profundo vacio.

Cuando un ejecutor de un círculo gigante dice que va hacer con mucha pena lo que tiene que hacer, por la transcripción de hechos vividos, sabemos que lo que va hacer no es nada bueno y, así mismo, lo hará con todo el rigor de su máximo placer. No existe mejor alternativa al cumplimiento de un deber, siguiendo las reglas del juego que tiene el dinero como su única meta en esa global guerra de patadas, que aquella de concentrar en el director técnico (entrenador) tanto poder como le sea posible administrar para adoptar las acciones que permita a su equipo ganar, sino todos, por lo menos la gran mayoría de los partidos. Naturalmente, para eso se necesita mucho dinero. No es dinero que sale del bolso del entrenador, pero es dinero que tiene que salir del sudor de alguien, y ese sudor lo pagan empleados con sueldos más bajos, empleos basura con mas inseguridad de cara al futuro,  para sí y sus familiares, lo pagan con precios más altos en los días de juego, menores beneficios y una vida longa para sufrir mucho más y vivir peor.

Una empresa nace, existe y vive por la asociación firme y decidida de algunas personas; aún siendo pocos, sus propietarios, como los son los dueños de una empresa familiar, frecuentemente nos muestran como los firmes lazos de sangre desaguan en un mar de intrigas, habiendo siempre uno que desea tirar ventaja del otro, y viceversa.

En esta crisis, jamás experimentada en toda historia de España, la primera responsabilidad social sería buscar y encontrar medios efectivos para la racionalidad de los recursos escasos y promover equilibrio, dejando a su buen placer los recursos que sobran. Es público y notorio que España es el país del mundo con más relativa abundancia y disponibilidad de capital humano. Tiene el privilegio de ser una sociedad muy competitiva por haber eliminando millones de puestos de trabajo con un insignificante descenso en la producción nacional. Aún así, nuestro presidente prevé que aquellos que trabajan van entrar en la farra de una huelga nacional.

De alguna forma, la gran mayoría de políticos en cargos de alto rango son profesionales del arte político sin ser dueños de absolutamente nada. Su condición primaria es ser empleado de alguien que le ha dado trabajo bajo la condición de que defienda los intereses de la mano invisible que segura el capital humano. Esos intereses son muchos y variados, en el caso de las cajas el interés principal es obtener rendimiento financiero. Cuando el gestor bancario decide aplicar renta en beneficio social, viene Milton Friedman explicarnos que están haciendo gasto en intereses que debilitan la libertad del mercado. Según él, al diluir los beneficios por un gran número de paisanos, alguien acaba pagando el beneficio de la redistribución de beneficios. En el caso de bancos particulares, como lo son ahora las cajas que antes eran cajones públicos, son los accionistas quienes acaban pagando lo que consideran despilfarro. Para corregir la mala gestión resuelven por intermedio del comité directivo reducir el sueldo de quien trabaja. Con miedo de perder su fuente de vida, el empleado resuelve trabajar más y mejor. Desta feita, sobra capital humano que, diferentemente de lo que suponía Marx, no se transforma en dinero, ni directamente en mercancía, lo llaman gasto a fondo perdido sin cualquier posibilidad de retorno financiero. En otro nivel, donde raya el cúmulo capitalista, otros dirigentes, supuestos empleados del pueblo, deciden mejorar el concentrado de renta, ofreciendo pleno empleo a las máquinas que producen dinero. El resultado a corto plazo son señales de alarma que avisan que los ahorros que el pueblo guarda en los colchones pierden valor. Para recomponer parte del valor, que creían instrumento fiel de reserva para el futuro, la banca se apresa a decir que su caja es un medio seguro para guardar dinero, cuando en la realidad, a medio y largo plazo, no pasa de un bastón que se rompe siempre y cuando necesitemos de él par apoyarnos. Esa quiebra  acaba ocasionando perdida de valor en una cantidad mayor a la que ellos ofrecieron contaminada con la ilusión de reserva perfecta. En la forma de ley decían una verdad que se transformaría en mentira. Mentira legalizada con el nombre de inflación, ardid que nosotros, los humildes, atribuimos a la mano invisible de Dios y los más astutos, al guante visible de los expertos del mercadoi.


Friedman creía que en ausencia de la seguridad social no serían muchas las personas incapaces de cuidar de si mismas. Y argumentaba: “ Suponga que 5% de los mayores no serían capaces de cuidarse a si mismos, ¿ hace sentido imponer un programa que atienda 100% de la población para cuidar de 5% de esa misma población? ¿Será que eso tiene realmente sentido? – Y concluye: “Ese es el gran defecto en el pensamiento del gobierno: cree que las personas somos todos niños y nos ponen todos bajo supuestos  cuidados de intelectuales y funcionarios del gobierno”.

El  gran parón laboral no surgió de ninguna desgracia natural, de alguna catástrofe nacional, de algún tipo de epidemia incontrolable, de un maremoto seguido de explosión nuclear, como en el Japón; de una guerra civil o de una guerra mundial; ella surgió de la cabeza de algunos sabios desocupados en el gobierno y,  por distracción, el sistema resolvió seguir políticas que reducían oferta de dinero para hacernos navegar por vientos de una depresión desnecesaria. Dadas las condiciones de un futuro dificil que ya se dibujaba en el año 2008, no hay duda de que acciones sociales adoptadas en aquel momento eran absolutamente necesarias.


Conservador es aquel que conserva, aquel que quiere  que las cosas continúen como están, pensaba Milton. También son conservadores aquellos que desean un gobierno cada vez más fuerte; algunos conservadores se autonominan liberales, pero son conservadores porque quieren seguir en el camino que venimos trillando. Milton Friedman se identificaba liberal en el verdadero sentido de la palabra, en el sentido que pueda ser traducido como algo pertinente a la libertad; libertad de pensar, libertad de actuar, libertad de cada uno poder cuidarse como le de la gana.  Muchas personas que viven del gobierno probablemente llegaron al poder cargados de buenas intenciones, pero no se puede juzgar a nadie por las buenas intenciones, pues es sabido que el infierno está lleno de buenos propósitos. Muchos programas elaborados para los pobres y necesitados casi siempre muestran resultados totalmente opuestos, muy diferentes de aquello que se esperaba antes de ejecutar el programa. Es aquí cuando se puede ver como una buena razón carente de un buen resultado pierde el sentido para dar lugar a una sentencia condenatoria por parte del supuesto beneficiario. 


Losa sindicatos mayoritarios y las patronales han negociado acuerdo para el empleo y la negociación colectiva. Aquí vemos más una vez la patronal y sindicatos bien intencionados, pero lejos de ellos también existe grupo de interés que los están utilizando como línea de frente. Casi siempre, aseguraba Milton Friedman, delante de un mal acuerdo surge coalición terrible, con los bien intencionados de un lado y los grupos de presión del otro. Los bien intencionados creen que una moderación salarial va ser bueno para los que tienen trabajo y buenos salarios. La flexibilidad se establece para que las empresas, desde la más chica hasta la más grauda,  arreglen sus problemas manteniendo los bien intencionados como interlocutores. El acuerdo insinúa algunas herramientas en manos de los bien intencionados  para generar confianza (no se sabe de quien) y que el “último recurso a la hora de combatir la crisis económica sea despedir a un trabajador”. Generalmente, por la facilidad de aplicar el último recurso, siempre acaba siendo el primero.

El acuerdo bien intencionado no  define, ni mucho menos prevé, el recurso y cuantos por justicia debía haber  antes del despido. Por otro lado, el grupo de interés define parámetros maquillados de buena pinta para que se lo crea la caperucita roja: mejorar la competitividad con el esfuerzo de los trabajadores, mejoría de precios (¿?), reinversión y mayor protección del tejido productivo (¿?). Fue un acuerdo firmado el miércoles de la semana retrasada para defender con mayor holgura, en el viernes que pasó, los interese del grupo de presión.

La experiencia de países que ya han pasado por este proceso desde el último cuarterón de los años setenta muestra que bajo la bandera hondeada para crear empleo se despedían millones de trabajadores especializados. Una pequeña parte era substituida por gente joven, recién formados en universidades, a los que se ofrecían puestos de comando de botones de máquinas automáticas. Hoy los bien intencionados muestran programas para substituir el viejo y frustrado universitario por gente joven con formación básica orientada para ejecutar trabajos específicos. Con estas acciones, los grupos de presión esperan que los resultados sean los mismo y con tendencia a mejorar. En España la tasa de paro entre los jóvenes es mayor que entre los mayores de 30 años. Los acuerdos laborales patrocinados por el Gobierno pretenden invertir esta situación, transfiriendo el drama de los jóvenes para las personas mayores. Naturalmente, el daño que se ocasionará a la sociedad española será mucho más dramático.

Las buenas intenciones, evidentemente, son buenas, sus objetivos son buenos, pero los medios que utilizan para alcanzar los objetivos propuestos acaban siendo desastrosos. Basta con pensar sobre lo que los bien intencionados han hecho de bueno durante los últimos años. Y no hago referencia a ningún partido en particular. Los resultados que ahí están serían los mismos con cualquier gobierno, Los grupos de presión trabajan para reducir el trabajo a su mínima expresión; el paro y pobreza son consecuencia de un simple efecto colateral.

Siguiendo el resultado de las últimas elecciones, el Estado se agiganta en un momento que se necesita su poder para sanar el mal sufrido por los que desean trabajar para poder vivir. Lo que se ve en el cuerpo de ese poderoso gigante es la intención de estimular el capital, maximizándolo a un mínimo de esfuerzo laboral. Y viendo como las cosas siguen, no es absurdo pensar que el mínimo se hará cada vez un mínimo más raquítico, al punto de que nadie tendrá cualquier interés por rescatarlo.

El círculo vicioso del malestar camina a todo vapor y ya produce nostálgicos recuerdos de los tiempos que todo parecía mejor. No hay duda que se produjeron valiosas innovaciones tecnológicas y estas continuarán ocurriendo en ambientes de elevado consumo, son facilidades al alcance de personas privilegiadas por la fuerza de su bastón de mando. La esperanza de que este estado de asimetría humana se altere está en la naturaleza de lo que puede ser privilegio de pocos. Ellos necesitan millones de personas para sostener tanto privilegio. Si la pobreza se agota en situación de extrema pobreza, ella, la pobreza, se hará miserable, y los privilegiados se verán obligados a distribuir miserias, tantas como necesarias fueren para que todo se iguale.

El Estado es una gran empresa que necesita muchas empresas para existir. Las empresas son organizaciones que necesitan el poder social del Estado para controlar la fuerza laboral. Ninguna de las tres clases existe sin existencia de personas. En el mundo animal solo la humanidad ha sido capaz de constituir asociaciones relativamente estables, transmisibles por el tiempo en espacios definidos. Es de suponer, pues, que si extinguimos la fuerza laboral no habrá personas para sostener las empresas. Sin persona, no habrá lo que decir de conservadores, de liberales, sean del lado socialista o del lado capitalista, que a fin de cuentas están todos en el mismo barco que hemos convenciendo llamar Tierra.

 La Tierra es nuestra gran e indisoluble unidad. Paradoxalmente, ella, que es madre de la Humanidad y de todos los animales terrestres, hoy necesita urgentemente los beneficios de una seguridad global. Es la seguridad global que los poderos del capital urbano insisten en menospreciar creyendo que el desprecio los hará más grandes. Este desprecio nace del hecho de que algunas particulares empresas en el ámbito mundial ya son más poderosas que los gobiernos de muchos estados populares. De esta forma, caminando de lo malo para lo mucho peor, nuestro mundo económico pierde fuerza de sustentación. Sin sustentación todo se derrumba y la liberalidad tan defendida por Milton Friedman pierde utilidad en el momento actual.


En una economía capitalista las empresas particulares detienen la misma responsabilidad que tiene el estado capitalista, capitalizar los mayores ingresos posibles a lo largo del tiempo. Lo hacen afirmando que es un beneficio legal para toda la sociedad. ¿Pero puede un único individuo decidir lo que es bueno para la colectividad? Por donde quiera que miremos este istmo filosófico las cuentas no encajan en los programas que se pintan para ofrecernos solución en el infierno que nos hemos metido.

 Ejercer el arte de obligar a la paisanía realizar algo que le produce dolor, históricamente fue un acto dictatorial de príncipes, reyes y emperadores. Actualmente, este arte, en los países democráticos, está reservado a un poder que llaman legislativo; el judiciario es un poder que vigila como ese arte es practicado por los paisanos; el ejecutivo determina cuando, como y contra quien puede ser practicado ese dificil arte de obligar a una enorme mayoría como deben respectar los intereses de una reducida minoría autoritaria.

El pensamiento de Milton es repitente en todas presentaciones publicas en las que su retórica liberal muestra la coherencia dialéctica puntillada en pocos compases filosóficos. No obstante, su teoría liberal no parece haber tenido acogida en los gobiernos que él sirvió como asesor, no  por lo menos en el sentido de haber gobierno en el estilo propuesto por Adam Smith. Parece que sus buenas intenciones a respecto de un gobierno liberal fueron aprovechadas por los grupos de presión para aumentar impuestos y reducir los gastos con servicios públicos. En nombre de la libertad que el gobierno tiene para mandar, ahora, desde el centro político de Bruselas, se promueve el descalabro del bienestar mayoritario en los países deudores.


En la obra Capitalismo y Libertad, escrita en 1962, en plena efervescencia de la guerra fría, destacaba que la amenaza fundamental a la libertad es el poder de coaccionar. Pensamiento acorde con la propaganda que se hacia por aquí de la dictadura del imperio ruso. La eliminación de esa concentración exige dispersión del poder, o dicho por la lengua maquiavélica, para gobernar es necesario dividir. Máxima que parece haber sido incorporado en la constitución de las autonomías española por los bien intencionados de 1978. Los grupos de presión han tardado mucho para iniciar su derrumbe y volver al poder concentrado del imperio carolingio. La libertad social es como una lámina con dos lados muy bien afilados, con responsabilidad o sin ella, con la lámina en la mano el barbero corta por doquiera.

1976 fue año de gran expresión vocacional para mí y para el colega Milton. Para mí ese año concretizaba una vieja ilusión puesta en el conocimiento académico, que me coronaba en el ejercicio de trabajo de planificación y coordinación en una de las mayores corporaciones industriales del globo. Con mi esfuerzo, añadido al de 50 mil otros trabajadores, la empresa vivía su máximo esplendor. Con una vieja idea de coche popular para todos, la participación en el mercado interno de un país continental excedía 60 % y ya amenazaba comer el mercado exportador de la matriz, en Alemania.

A pesar del glamuroso suceso, pude observar  el desmantelamiento de beneficios sociales. Bajo ideas de austeridad se destruía el concepto de que una empresa existía para proporcionar mejor vida a las personas y no lo contrario. En breve, todos los componentes de una magnífica banda musical, formada de trabajadores que tenían la música como hobby principal, eran dimitidos sin cualquier oportunidad de reinserción laboral. A ese grupo, sin aparente interés para el objetivo empresarial, siguió demisión masiva de trabajadores especializados y técnicos de cualquier categoría, gente que como yo amaba el Fusca y todo lo que ese vehículo representaba. Ese monstruo gigante, empresa devoradora de esperanzas, todavía existe; produce mucho más con menos gente y siempre que simula pasarlo mal, la terapia gubernamental viene en auxilio de la empresa, nunca del trabajador emprendedor.

Para terminar este cuento, por mi responsabilidad social digo que está en mi pensamiento la consideración de que Milton Friedman fue economista bien  intencionado, defendió sus ideas con pasión y ardor. Lo mismo se dice de cualquier santo, pero el resultado de la aplicación de sus ideas, antes como ahora, sugiere que los grupos de presión andan a su manera buscando oportunidad contraria a cualquier buena intención. ¿Culparemos Dios por tantos y tan infelices resultados? ¿Seguiremos dando cumplimiento a algo que se nos ofrece para beneficio del legislador y nunca del legislado?

En este mundo  siempre hay algo por lo que merece la pena luchar. Infelizmente y aún por mucho tiempo, el dinero será parte importante de ese algo por lo cual las personas luchan.

 Ora pro nobis, Señor, los parados pedimos que tus espinos no oculten la belleza de tu linda flor.

HISTORIA DE LA AVARIACIA  Duración 1:48:32

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