jueves, 11 de diciembre de 2014

ABISMO DE ROSAS

Entre un honrado ladrón y un licenciado en derecho también puede armarse un enorme follón. Y es que el honrado ladrón no quiere  entender como el que aboga el derecho no consigue tirarlo de la terrible aflicción en que lo han puesto los “biennacidos” por la ley, que a todos nos hace igual. Media docena de meses enredado en reja de grueso calibre a cambio de haber desosado una gallina suelta en el pasto de lujosa propiedad jamás podrá parecer al buen samaritano derecho de un cambio justo y perfecto.  Los levitas y sacerdotes no van por el mismo camino. Un samaritano, cuentan, cuidaría del buen ladrón, lavaría las heridas provocadas por el hambre, le daría hogar y algunas monedas para emprender la dura jornada que representa el paso por esta vida. En otras palabras, la Constitución no reza la cartilla del buen samaritano.  Y llamamos buen samaritano porque la doctrina lo explica  como excepción y la regla es ley dictaminada por el código de Hamurabi: hambre, prisión y muerte  por una gallina.

Por el hueso de una gallina querían arrancar  del corazón del pobre ladrón una libra de su ya muy sufrido corazón. Y el licenciado, que representa el abastado Shylock en el mercado ibérico, en defensa del derecho a que el pobre no tenga derecho alguno, afirma, al tribunal de justicia, la justa correspondencia entre crimen y castigo. Y por los nuevos vientos que el alba nos trae y la fuerza que el poder nos otorga, queremos nosotros que los otros se callen y se dobleguen a nuestro fuero de justicia callejera. Triste dilema es el tema entre un mal licenciado y la licenciatura  de un buen ladrón. Desosada la gallina no hay remedio que la salve y es de buen samaritano permitir que la disfrute el buen ladrón y que su estómago bendiga los santos despojos.

Al borde del abismo estamos. El borde es escabroso y el abismo es profundo, obscuro y tenebroso como el infierno dantesco de Alighieri. Si por él tenemos que andar, hagámoslo acompañados de Virgilio, con rosas en las manos.  

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