Buen
tema parece este de hoy, combinatorio de estresados autores que han vivido la
patria en diferentes épocas de evolución histórica. Servirá de salsa para el
condimento de nuestro santo domingo. Pero, advierto, algún cuidado habrá que
tomar en la cosecha del cuento para que por la garganta no deslice una mala
hierba disfrazada de la que mucho nos gusta. Conocemos el perejil, Petroselinum
crispum la llamamos los que metemos hocico en la culinaria y chafurdamos en la corte. Mi señora, dueña de quien ella
dice que es el dueño de su particular propiedad, la llama “cheiro verde” y yo,
rebuscándolo entre los aromas, la encuentro como noble planta en acta legislativa
del emperador Carlomagno. Observado por su raíz, es fácil confundirla con la
chirivía. Observada por las ramas, un cansado de ojos podrá confundirlas con
hojas inconvenientes y al posar sobre ellas un fatal cortocircuito lo desploma,
y otro remedio no queda sino pasar
rastillo sobre el vientre y retirar las mariposas que han caído.
La prosa va aceitada con Juan Goytisolo,
a quien tengo el gusto de conocer en
esta ensalada de aromas raros. La otra especie es el mojo lírico de un monje de la contra reforma, el mejor
compositor de música sacra en los estertores del renacimiento. De Mozart ya
había oído tocar y por la prosa de Voltaire más de una vez fui encantado. Toca
hablar pues de los tontos, mejor dicho, de los parvos pues a los tontos se
asocia la venganza de las mariposas muertas. En el atlántico, años antes que
una famosa película naciera, yo alaba mis brazos en la proa del barco.
Respiraba el aire cálido que surgía con la velocidad que el buque llevaba. En un inmenso mar, finito en el roce con el
cielo, cardumes de ángeles voladores celebraban mi paso. De pecho ufano, que
por mi modesta edad la vanidad ensanchaba, las veía como velas mariposadas en un mundo
infinito. Lamento el rastillo que las tiró del mar y en tierra untó con veneno las ahora veladas mariposas.
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