De
los Urales al Gozo, desafía el intelecto el encuentro de un buen gallo que nos
sostenga en lo alto de un viejo tronco,
donde con cuello de coruja y ojo de águila podamos, a la distancia del olvido,
percibir lo que el ojo no ve, el oído no oye, el nariz no huele y la mano no
alcanza. Difícil reto en la atribulada recta de un angosto paso por el valle de
las sorpresas.
En
el delirio de voz que treme por las acrimonias de tiempos idos y el poder
estrepitoso del sueño que hace burbujear el sentido, de trabuco en mano
seguimos la huella de uno de los pocos símbolos de la libertad. Ella nos lleva
a los Ancares, donde hay huellas de indeleble fragua con bafo de vino y sangre,
consecuencia de una malfadada cruzada contra el urogallo feliz.
Ganó
la libertad, dirán los santos por sentir que viven en los sabores de sarro
recuerdo. No es cuerdo ni prudente recordarlo en la biblia culinaria. Es mal
agüero reavivar el reto entre devoción y pasión. En el encuentro, la razón se
encoje y no hay bastón que la sostenga y en la fragua no queme. Caminando en
línea recta y por sentidos contrarios, el embate de fuerzas desiguales es
desafío de buen agrado para el diente comilón. De la moldada explosión ni el
gato montañés escapa. Será cardapio o menú asumido en la dieta combinada del
listón habituado al fast food de los ya habidos o de los por haber.
Reto
difícil, repito, es el posicionarse entre retos. De los Urales montes a los
ancares altos ha sido empleado un número cabal de euros para resurrección del
urogallo. No sobrevivieron en la difícil recta del encuentro de dos retos. Y
entre-retos se ahogaron.
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