jueves, 8 de enero de 2009

EL GRAN ARMERO

SEÑOR DE LAS ARMAS

No me siento agradecido a Tony Blair, absolutamente nada le debo. Él, sí, debe a mí, por sucesión del pasado: mi abuelo trabajó gratuitamente al ofrecer sepulcro digno a los ingleses hundidos en la playa trece. De José Maria Aznar confieso que me ha hecho mucha ilusión cuando recibí una carta mecánicamente firmada por él, en la que me felicitaba por el ingreso en sus filas. De los Busch, padre e hijo, me recuerdo haber trabajado arduamente en el proceso de un contrato por el que la empresa en que yo trabajaba durante 20 años se comprometía en la venta de automóviles a Irak. La guerra de Kuwait y después el asalto a Irak traería a la empresa enormes prejuicios que redundaron en despidos masivos en todo el País, incluso el mío.

Según Aznar, España es un pueblo desagradecido. Nos compara a los Estados Unidos de Ameríca. Debe sentirse feliz porque antes, en defensa de las Azores, explicaba que España reivindicaba un puesto al lado de los países más poderosos del mundo. Es coherente con su propia lógica de gurú visionario al vaticinar a los EEUU, sin lógica sustentable, “un previsible desastre económico”. Aznar sabe de las cosas, solo no quiere contarnos donde están guardadas las armas de destrucción masiva, aquellas que se muestran tan operantes en la cabeza del señor de las guerras, ahora con su última liada en el masacre de Gaza.

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