lunes, 29 de marzo de 2010

NO PITILLAR,




esta es la cuestión
Como sería bueno vivir en una comunidad donde las personas pueden dedicarse a su real vocación sin la preocupación diaria de dar cobertura a los gastos de un seguro salud. Contra este bienestar, las compañías de seguro-salud saltarían a campo para argumentar que si el Estado crea incentivos para trabajadores no filiados a la Seguridad, como podrían serlo escritores, artistas, emigrantes retornados, pequeños emprendedores en general, en poco tiempo esa misma comunidad vería mermada su fuerza productiva. Nada tan falaz como la argumentación de grupos interesados en promover su particular bienestar en detrimento de la seguridad social; esos no necesitarán seguro para protegerlos del seguro que ofrecen a la comunidad. ¿Será?
Por el modo que en Galicia meneamos las caderas, uno puede pensar que, en pocos años, la nuevas generaciones irán al espacio tocando la rumba.  Y muchos motivos tendrán, pues si en la calle se les prohíbe fumar ¿donde mejor han de intoxicarse? Una vez más se pone de manifiesto la falacia del interés muy poco interesado en el bienestar público. Tendenciosamente, el título derivado de alguna encuesta planeada adrede insinúa que 91 % de los gallegos son fumantes. Y, todavía peor, esos 91% son tolerantes con los nueve por ciertos restantes, cuando, por el poder que la insanidad mayoritaria confiere a los 91, podrían mandar al carallo los nueve veces fuera. No es respecto y educación lo que necesita aprender el fumador. Educación todos la tienen o están en fase de adquirirla en las escuelas o en la propia vida de este mercado infernal. El concepto de respecto en la cabeza del fumador está tan difuso como el humo que brota de sus narinas después de haber contaminado sus pulmones. El respecto no consiste en pedir perdón por el disturbio aéreo producido por la quema de una hierba maldita.  El respecto, en el ejemplo de un drogado, consistiría en pedir ayuda para que las personas que el viciado ama (y a él tanto le quieren) contribuyeran para el abandono de tan cruel vicio. La dependencia a cualquier vicio opera como bisturí cerrajero de la autoestima. No es posible probar fidelidad al vecino si uno es falso con sí mismo. El respecto no se ofrece apenas en el portal, deberá manifestarse también dentro y fuera de casa.
La racionalidad de la ley, que ampara un pedido respetuoso para que progresivamente se abandone el cruel vicio que asola el fumante, es extremadamente veraz, y cada uno de nosotros podemos conferirla no por la opinión de grupos económicamente interesado en el negocio del cigarro y sí mejor por el ejemplo sufrido de quien fuma o ya ha fumado. El gasto individual que una persona tiene ejercitando la libertad de fumar es enorme, basta hacer las cuentas. El gasto social para reparo medico de partes contaminadas (corazón, pulmón, cabeza,  intestinos, alma y cuerpo en general) raya la frontera de lo intolerable. Mucho más peor de malo es no tener respecto por la Organización Mundial de Salud, cuando esta, en sus investigaciones, ha concluido que los no fumadores están involuntariamente sometidos a la misma carcinogénesis a que se somete voluntariamente el amante del pitillo. 

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