martes, 8 de octubre de 2013

CASO PENAL XVIII


LA LETRA Y EL ESPÍRITU DE LA LEY (II)

Reflexiones sobre un caso penal

Capítulo XVIII (de no sé cuantos)

Fue de esta forma que Shilock vio como podía llevar a buen cabo su malvada venganza.

Venia por la avenida de un gran barrio de la ciudad de un santo cualquiera el mister Y, en pasos lentos, cabizbajo, ensimismado en  problemas personales.

-        Buenas tardes, mister Y. Yo quería hablar con usted, si usted me lo permite.

El mister Y, ahora y para todos los efectos llamado Antonio, en un rápido relance observara la actitud amistosamente complaciente del señor X, también ahora y para todos los efectos llamado Shilock, paró al acercarse a Shilock y permitió que este lo asediara.

-        Antonio, hace tiempo que yo quería hablar con usted. Quiero pedirle perdón por todo el mal que yo le he hecho. No sé donde yo tenía la cabeza. Soy un hombre religioso, quiero redimirme y solicito su amistad.

-        Shilock, yo no guardo rencor, mi corazón no conoce su pena. Si me pides perdón yo te lo doy sin costo alguno. Ocurre que yo sufro un grave mal provocado por usted. Vengo de una clínica, allí han diagnosticado el estado lastimado de mi boca. Dicen que tiene remedio, pero me cobran lo que sin milagro yo no puedo pagar.

-        Si usted permite que yo examine su boca, por favor, suba conmigo al consultorio y yo veré lo que puedo hacer.

Seria este el milagro esperado por Antonio? A fin de cuentas Shilock conocía perfectamente la estructura de los males que últimamente afligían la vida de Antonio.

-        Porque no confiar en Shilock?

Antonio era un hombre de buen corazón, amaba la vida, había vivido bien, tenía respecto social, el amor de los suyos, entendía de justicia restaurativa, había practicado sus buenos principios contrastándolos con la disparatada contra argumentación  de abogados y fiscalía en audiencias públicas, en las que él había sido miembro de juri popular. No veía motivo para que dos personas que en el pasado se hubieran desentendido, en otro momento de sus vidas la conciliación había de ser imposible.

-        Está bien, yo subo con usted.

Los dos subieron al consultorio situado en el primer piso de un edificio comercial. En este momento el espíritu de la intención de Shilock no conciliaba con la pacificadora expresión de sus bonitas palabras. Pensaba –“este católico dice que me perdona sin cobrar nada, solo para ofender mi trabajo de digno usurero. Voy preparar una celada en la que él va caer como un manso cordero. Le odio porque es católico y los católicos no pactan con la usura. Si alguna vez puedo sentarle  la mano en sus riñones, satisfaré por completo el antiguo rencor que siento  hacia él”.

Después de un exhaustivo examen, Shilock declara:

-        Esto no es nada. Deme usted los tres mil ducados que yo di a su abogada y yo le resuelvo su problema con mi mano derecha atada al pie izquierdo.

Antonio no entendió nada. O mejor, quiso entender lo que en aquel momento le convenía entender: un problema serio de salud bocal que se alastraba por más de ocho años podía ser resuelto con extrema facilidad y a un coste que era posible suportar. Este Antonio, diferentemente de su homónimo veneciano, no tenía buques comerciando por los mares del mundo, pero tenía crédito y podía retirar dinero consignándolo al pagamento de su jubilación.  Antonio era un ingenuo hombre  con buen  genio, “he was an innocent man


No hay comentarios:

Publicar un comentario