Desde que fui
víctima de una horrible sentencia, el futuro ilumina el presente en perfecta
sintonía con el tic, tac del reloj celestial, orientador de mi existencia. En
los albores del tercer milenio yo regresara de un longo exilio, voluntario pero
criminosamente inducido por las autoridades consulares bajo el argumento de
cumplir obligaciones militares en colonias de África. La obligación de servir
en el ejército nacional había sido derogada, como derogada habían sido las
leyes de homologación de diplomas universitarios. Pese al colosal esfuerzo que
mucho podría aliviar el esfuerzo de nuestras fuerzas, ninguna asamblea
constituyente se ha atrevido a incluir, en sus sagradas escrituras, derogación
de la ley gravitacional ni el instante de la separación de los poderes alma y
cuerpo. Un especialista, allegado del mundo griego, muy bien preparado en el
arte de saber mucho de muy poco, después de introducir su dedo divino en el ano
puerco, profería el grave diagnóstico con sabor y perfume de muerte: ¡cáncer
prostático!
Similarmente, por
los idos de los cuarenta años en que la Iberia mostraba al mundo la fuerza
imperial de la unión con Portugal, el barón Miguel Eyquen, señor de la Montaña,
realizaba un largo paseo a pretexto de calmar sus divertículas
convulsiones. Hombre de genio indomable,
Montaigne no creía padecer hipocondría y, en su perspectiva de futuro, encaraba
la muerte con serenidad propia del celta ibero.
Las cosas suelen ser más
prosaicas de lo que generalmente se deduce de un flechazo en el otoño. La izquierda (mi vista)
no tiene esperanza de ver luz de vela iluminando sus pasos por el largo túnel que nos lleva al otro lado. En el presente 75 de mi era no encuentro la causa de mi seca tristeza. Modernista,
acaté el pronóstico derivado del augurio presagio del especialista oftálmico:
visión perfecta lejos de las cataratas. Mi fiel y cándido voto redundó en
dependencia a colirios para aliviar el dolor, sin que en el túnel de la ceguera
se vea señales del iluminismo propagado.
Irresoluta esperanza de la vana
propuesta.Solicitan permisión
para reducir la intensidad del oro que muestra la derecha (visión). Escéptico delante de soluciones milagrosas, me opongo al pronóstico que los especialistas del saber comprimido quieren hacer de la ilustre derecha (mi visión).
Hoy suporto la indisciplina de los órganos que durante muchos años me fueron absolutamente fieles, entre ellos el reproductor. El sentido de la tan zurrada y castigada visión se amotina creyente que el mar es infinito y no habrá vuelta por el camino de las setecientas leguas. Mismo delante de la isla salvadora, aun sabiendo que la belleza natural está a pocos palmos de la nariz, los ojos no se conmueven para percibir lo que ven. Conclamo a la virtud de las orejas, al poder del olfato y al tacto de la buena inteligencia gestionadora para alcanzar el consenso sobre los pasos que habré de dar en el futuro, que empieza siempre después de ahora y dura hasta la hora en que finita el presente de este hoy escéptico mundo.
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