sábado, 20 de junio de 2009

LA LENGUA NO ES MUERMA

La lengua no es muerma pero es muy contagiosa. Tentaré explicarlo, amigo Pousa.

Como usted bien sabe, mi primera lengua fué también la primera lengua de mis padres y la de mis abuelos. Fue de ellos que recibí los primeros códigos sonoros para una eficiente comunicación y así conseguía agua cuando tenia sed y pan cuando tenia hambre. En la escuela de la Goriña, en el Campo do Sacramento al final de la calle Rosalía de Castro, profesores sin formación pedagógica, pero con gran empeño en la transmisión de autoridad, se esforzaban para que yo aprendiese nuevos conceptos, que mis padres, por razón del tiempo dedicado a labores para garantizar el caldo con grelos del día siguiente, no conseguían enseñar. El conocimiento universitario que se sumaba al interés natural de los niños venia de la calle, del conocimiento comunitario de otros niños, generalmente en edad con más experiencia y vivencia en nuestro entorno. Entrado en los años del bachiller, pasé a sentir la gran diferencia entre los niños que hablaban como los profesores y los niños que hablaban como sus padres. En aquella altura yo era un perfecto bilingüe fónico, alfabetizado en español y analfabeto del abecedario gallego.

El drama provocado por el espíritu separatista de las lenguas yo pasé a observar en un chaval de origen andaluz, sobrino de profesor andaluz y que tenia la forma típica del andaluz como su única y familiar lengua. Pocos lo entendíamos y él mostraba agradecimiento a quien lo entendía. Sofría sorna de la mayoría de los colegas simplemente por recíproca incapacidad de entenderse, principalmente en los primeros meses de convivencia comunitaria. Como estrategia para coexistencia con profesores y colegas, creció en aquel muchacho un complejo de surdo; mórbido complejo que lo aliviaba de responder a preguntas que no entendía.

En Galicia al pan llamamos pan y al agua decimos auga. Nuestros vecinos de Portugal al auga llaman agua y al pan dicen pão. Con tan simple variación, ingenuamente comunicativa, en cierta ocasión se armó la hostia en una panadería brasileña, en la que yo fui protagonista. - Por favor, véndame una botella de auga y una barra de pan – solicite yo. - ¿O que?- Replicó el panadero. Respondí calmamente: - QUE RO AU GA E PAN - . El panadero mira otros clientes como queriendo obtener ayuda a su interés por atenderme. Se supone que el panadero estaba allí para vender pão, y no pan, agua, y no auga. Los clientes inquiridos por el panadero pasaron a mirarme con extrañeza y hacían muecas entre sí, dando a entender que también ellos no me entendía. En la pastelera, encima de un cesto lleno de panes, había un letrero que decía : PÃO: 1 Cr$ o kilo.

Creí ver en el letrero mi salvación comunicativa. Leí el sustantivo portugués y lo pronuncié sonoramente como es elido en español. Quero un PAO. Al panadero portugués casi le estallan los ojos. Se dirige a un compañero de balcón y le dice que el gajo español quiere un PAO, empuñando con la mano derecha el trabuco que llevaba entre las piernas y que probablemente solo utilizaba para mear. Todos a mi alrededor se echaran a reír sin que yo, en el primer momento, entendiese el motivos chistoso de la algazara. En portugués pao es palo y pan no es cosa alguna, del mismo modo agua es agua y auga no significa nada. Si yo quisiese vivir en paz en aquella comunidad, debería adoptar como propio el modo de hablar de los otros, pues la lengua no es muerma pero, sí, muy contagiosas. Por su lado el panadero entendió que si desease vender más pan debía esforzarse por entender a todos los clientes.

Moraleja: La paz se alcanza cuando el interés converge en beneficio de los combatientes.

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