miércoles, 3 de noviembre de 2010

PENDIENTES DE LA OREJA

Todo depende, siempre depende de aquello que entra por las orejas. Empieza con un lloroso chillido al nacer, un palmazo en el tierno culo y a correr vida siguiendo los giros de la tierra en su eterno viaje a órbita del sol. Menos mal que aquí, en la tierra, disponemos de cinco sentidos conocidos y, tal vez, algunos otros más, todavía inexplorados. Cuando algún sentidiño del pentágono se acuesta, otro se le arrima, ejerciendo (o queriendo ejercer) sus funciones. Y todos sabemos, porque así lo aprendimos, que las funciones de los sentidos son ver con nuestros ojos, oír con nuestros oídos, sentir por los poros de la piel que nos reviste , cheirar con nuestras narinas y, quinto sentido, todo bien amasado, fornearlo a caliente para degustarlo fresco, antes que reseso se haga al día siguiente.   
A propósito transcribo lo que  mi querido paisano transcribe del diccionario marktwaino, levemente adaptado a nuestras circunstancias: “No hay una sola característica humana que pueda calificarse con seguridad gallega, no hay una sola ambición humana, ni tendencia religiosa,  ni corriente de pensamiento, ni peculiaridad educativa, ni código de principios, ni veta de locura, ni estilo de conversación, ni preferencia por un tema especial de conversación, ni forma de las piernas, ni de tronco, ni de cabeza, ni de rostro, ni de la expresión, ni de la tez, ni del andar, ni del vestido, ni de los modales, ni del temperamento, ni de ningún otro detalle humano, interno o externo, que pueda racionalmente se generalizado como de origen gallego”.   
Si en la gloriosa tierra, en que todo gira envuelta del valeroso Mixote, conde de Perceebes, nada es original, debemos concluir que ni el pescado es nuestro y, por consecuencia, no cabe a los peercebianos el deber de pagar el pecado original.
Siempre yo supe que algo yo debería hacer para ejercer control sobre la cama en que me acuesto. Algo ya he hecho yo; por ejemplo: arrancar las plumas del colchón para evitar que la cámara fuese tomada por los tromposos filiformes y bien articulados chinches y piojos. Cierto fue que también tuve que arrancarme los cabellos para evitar que una legión de pulgas me descabellase a punta de espada clavada en la cerviz. Vivo por los cinco sentidos a sabiendas que algunos ya van cansados de servirme y dan señales de folga, mermando su eficiencia, aunque la eficacia se mantiene sana a cuesta de los años que me friten. No diría que son muchos, pero ciertamente son bastantes, considerando la espinosa trilla que a pies descalzos nos impongan desde el Estado para salvar de la falencia al estado de la economía global. Pendiente de la oreja ya perdí los anillos. Lo ojos llevan muletas y mis rodillas, muy chulas, no se doblegan al peso de una furtiva lágrima.

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