miércoles, 24 de noviembre de 2010

SOLUCIÓN CONVENIENTE

En toda mi vida jamás necesité pagar un médico o un hospital para dar asistencia puntual al estado de mi salud o la salud de mi familia. Pero, claro lo tengo que un médico necesita para vivir algo más que el soplo de la brisa. De la misma forma, un hospital necesita dar cobertura a sus gastos para continuar gastando lo que necesita gastar para restablecer la salud de la gente.
 La enfermedad, cualquier enfermedad que acometa al hombre, no es algo particular que afecte un individuo por el hecho de haber nacido pobre y vivir en la miseria. Del mismo modo, la salud no es privilegio de los ricos, aunque también ya se conoce que algunas enfermedades prefieren vivir en la opulencia y otras se esparraman por la miseria.
Privatizar la asistencia médica y condicionar la buena salud de las personas a la disponibilidad puntual de poder pagar este precioso servicio es solución conveniente a quien tiene mucho dinero o patrimonio suficiente para someterse a la saña y ganancia de algunos expertos galenos. Este tipo de individuo prefiere operar dentro de un sistema que atienda su ilusión infantil de un día alcanzar el poder por acumulación de capital retirado del enfermo. Y el enfermo, debilitado y profundamente castigado por la enfermedad, se verá fragilizado delante de la supuesta sapiencia de un gran embustero y se dejará intoxicar gradualmente por el brebaje de un brujo hechicero.
En mi particular caso nunca é pagado nada por la vía directa que supone pagamento en especie por cuenta de la salud. En un primer momento, lejos de mi Iberia, la empresa disponía de médico para enfrentar cualquier inconveniente que afectase mi rentabilidad profesional. Todos trabajadores habíamos sido seleccionados en virtud, entre otras virtudes, de nuestra buena condición física. Pero sabemos que los trabajadores tienen esposa e hijos dependientes de ellos y que ellos aman sobre todas las cosas. Intempestivamente, un trabajador solía abandonar su puesto de trabajo para correr atrás de asistencia a un hijo enfermo. Un puesto de trabajo abandonado supone un gargallo capaz de estremecer  todo el flujo de un proceso productivo. Preocupación por demás insólita en el currículo profesional de un médico. Pero la empresa, entendida también como nación de ocupados en el proceso de ofrecer bienestar a sus ciudadanos, tiene por esencia un pensamiento más abrangente y pasó a incluir en el precio de los bienes vendidos el coste de un servicio médico privativo a sus empleados activos. Con esta visión, la empresa garantizaba profesionales competentes y competitivos.
Fuera del sistema productivo, me ofrecieron la calidad del mismo servicio que yo podía exigir, en tanto productivo, desde que yo cubriera por mi cuenta el gasto medio por persona del sistema particularmente privado. Mi renta única era la derivada de mis contribuciones a la Seguridad Social, ya bastante reducida por efecto de cálculos maquiavélicos para aliviar el Estado de sus compromisos pactados en el tiempo que yo era activo (y fui activo también, entre otras cosas, en función de aquella promesa repetida durante más de cuarentas años de contribución al sistema).
El Gobierno me informa que el próximo año subirá mi pensión en aproximadamente 5%, correspondiente al crecimiento del coste de vida durante el año que va llegando a su fin (reposición de las perdidas del año por aquí es algo absolutamente ignorado) La compañía de seguro, que costea eventuales desplazamientos a un consultorio médico, me informa que subirá el precio de mi seguro médico en 12%. Evaluando el destino de mi renta de infeliz jubilado, observo que, de su total,  la mitad yo gasto en pagamento de tributos sobre todo lo que consumo. 25 %, con tendencia a ser mucho más si la tierra no me necesita para alimentar la gusanía, va a los cofres del particular empresario de la salud pública. Los otros 25 % restantes tengo que distribuirlos en necesidades varias, que oscilan entre pote de cachelos, un caldo a la gallega o un digestivo plato de arroz con feijão. Día va llegar en que yo necesitaré comprar algún remedio para aliviar el dolor. En ese momento tendré que abalizar el coste de oportunidad y optar por pasar hambre o pedir socorro a la guadaña de la muerte. Para todo y siempre hay una solución conveniente.

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