lunes, 30 de agosto de 2010

CASCABEL

No fue mi propósito contrariarlo ayer en el escrito de hoy. No obstante algunas preguntas que afectan el loro Foderico empañan las respuestas que a ellas queramos darles. Esta es un ejemplo: ¿se puede condenar el casco de un buque porque a su paso por el estrecho canal de Mugardos reviente y, en total regocijo, libere su carga resfriada en forma de colosal estornudo? Es de suponer que no. Y sin embargo no hay ley que permita que el buque reviente en determinadas circunstancias de un mar irascible. Llamemos pues el legislador, hombre ingenioso en la proporción de las medidas, en el amplio conocimiento del volumen áureo y en la estética mediana de preocupación ambiental y tribuno de Nero. Seguro que de su intervención surgirá ley que prohíba la intemperancia del mar y otorgará resiliencia a las rocas para que estas se dobleguen al mero roce del cascudo pecho de la nave imponente. A falta de lógica, las comisiones y tazas vinícolas cumplirán el papel de un orden supremo comandado por Baco y su tertulia.
¡Ah, la gran filosofía multera de un lado y la señora indulgencia, del otro! Ambduas manos a servicio del reto ofidio de un poderoso señor, justo, sabio dueño de la verdad, omnipotente en el mando y omnisiempre servido por el marchito mandado, nos hacen recordar tiempos en que ventaba un fresco general procedente del noroeste.  Y aquel frescor amainaba la furia del tiempo, y todo que nuestros bosques, montes y prados producían tenían el destino del cepo, la lareira, y, ya resecados, en la corte se almacenaban para dar calor al invierno y reflorir en la primavera como rebentos de imperial belleza.
Es lo que es y si los cascabeles tocan será porque algo quiere decir y lo dirá meneando el rabo de lindos colores. Escuchémoslo con reforzada atención pues sabemos que no baban por admiración. O tal parece, pues habiendo descuido no habrá remedio para tan eficaz mordida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario