lunes, 9 de agosto de 2010

ROAD TO NOWERE

En la vida caminando a ningún lugar
Estoy ansioso por leer lo que mi admirado joven economista, Paul Krugman,  venga a escribir en su próximo artículo. El avance musical de cuatro minutos (y cuatro centésimos para ser bien preciso) me hace pensar, y de algún modo también sentir,  el extraño camino de una vida común: la mía.
Prieta las filas, infantes y recios marciales, pantalones rotos y camisas viejas bordadas con cordel, chanclos en los pies y una enorme fe cara al mañana que nos prometía patria justicia y pan. Que más podíamos desear por aquel entonces, cuando Europa bajo el trueno de la metralla ardía más que  la Rusia de hoy.
Un niño no vive cansado y solitario, un niño es la esperanza de los padres que se renueva en otro ser. Y así yo corría suelto  por los campos y prados de dos montes a orilla mar, de mano atada por cabos da morte, feliz y risueño, sin un miserable candil para iluminar los días interminables de una posguerra infeliz. Marqué el rumbo que el viento determinaba y seguí por la estrada que corría bajo mis pies en dirección a un destino muy diferente del origen de partida.
Hasta luego os digo, con mucha nostalgia y otra tanta morriña del tiempo que perdí. No me despido, pues no es mi costumbre cansarme con despedidas, y si alguna cosa nos ha separado desde el inicio, es de mi fe  seguir por la estrada que me conduzca al reencuentro, aunque sea el maravilloso cuento de otra vida.  Mi rumbo es seguro, lo marca el nervio que me mantiene en pie. En los sueños siempre me salvo de la inmortal caída y eso me produce angustia porque veo como sigo cayendo, pero, en la caída, el rocío refresca la sien para del dulce frescor rememorar mis buenos recuerdos.
En el santuario de mi Señora las velas quemaban lentamente para hacer brillar la llama por más tiempo. Y así sigue la mía, velando mi alma para que se apague mansamente, al murmullo de las olas que se repliegan en la playa, al susurro de las voces que mis oídos ya no escuchan en este dulce paisaje de sombras; sombras que en las noches sin luna ya poco me asombran, aunque yo sienta su falta y recuerde con saudade cuando mis ojos veían.
Continúo en la carretera, con cuerpo viejo y rugas de sol. Me hallará la vida donde ella me quiera para que yo te vuelva a ver. Nunca digan que me fui, porque, si es cierto que un día partí, por allí siempre estaré vigilando el paso alegre de la paz y, mirando el mar, cielo y tierra, vuelva la primavera que tanto anhelé.

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