domingo, 15 de agosto de 2010

QUE ME PASA?

Lo tengo todo y nada me falta. Tengo un coche que corre y una bicicleta para pedalear; un pájaro que habla y una esposa para conquistar; tres hijos que amo, un nieto ya grande y tres nietas que me encantan.
Todos los años, durante muchos años, mi padre me enviaba folleto de las actuaciones en las fiestas patronales, que él, con su esfuerzo y dedicación personal, conseguía organizar con la ayuda  ofertada voluntariamente por todos los paisanos, no solo de la parroquia de la Junquera y sí también de las demás parroquias que conforman el municipio.
Conocía yo su deseo de brindarme una acogida grandiosa en un día que en su casa reunía toda la familia. Toda, excepto una parte: la mía. No fue posible conciliar los intereses de vitalidad regional con sus deseos y también los míos. Los opuestos tienen esa extraña propiedad de mantenerse alejados. Los polos son prueba cabal de esta real verdad. Y la verdad señalaba que el verano del norte adopta la cara de invierno en el hemisferio sur una vez transvasada la línea imaginaria del Ecuador.  Deberes sociales de un trabajador subordinado a las directrices de una empresa multinacional de origen germana mostraba la incompatibilidad de mi solicitación (tirar vacaciones en agosto)  con los objetivos y metas establecidos en el programa anual de la empresa. Y así pasaban los años, y mi madre, por el hilo de su voz que atravesaba el atlántico, suspiraba al exclamar ¡ay, mi hombriño!. Y con su rosario de cuentas me contaba todas las peripecias de las fiestas, testimoniadas por sus ojos y todo a lo que a sus oídos llegaba.
Ahora, campestremente aposentado, oigo el eco de un pasacalle y lo escucho con el mismo interés que me despertaba cuando yo era una joven con quince años. Mismo después de una noche de intenso trabajo para producir el pan nuestro de cada día y ofertarlo como dádiva sagrada a un bajo precio y extraer de su abundante venta un modesto lucro, para ser aplicado en un par de zapatos, comprados al señor Lamas, o un traje con pantalón bombacha, hecho por las manos del viejo Cespón, consolado por la Magdalena, la bandera de España y el cruceiro de la fuente vigilada desde el pazo Cotón, inundaba mis oídos el sonido marcial de una banda. Lo hacía del mismo modo a como en estos momentos se encharca todo mi cuerpo, estremecido por los bajos y agudos de la banda musical de Silleda.
¿Que te pasa? – me preguntaba Manolo Tena en las primeras horas de la madrugada.
¡Que sé yo! Si alguien de este mundo lo sabe, por favor, explíquemelo antes que un rayo me parta o la morriña me consuma.

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