Reflexiones sobre un caso penal
Capítulo
VII (de no se cuantos)
…“se refleja en los demás comercios y
en los consultorios locales, siendo que ni los vecinos aguantan más esta
situación descomedida”.
Esta frase sugiere que el mister Y estuvo a punto de
ser linchado por una multitud de personas, dueñas de comercios, consultorios
locales y los propios vecinos de una avenida donde los edificios son
comerciales. Se le olvidó citar los bancos y banqueros, que en la avenida hay
varios, o de la propia policía, que debido a la presencia de bancos y
frecuentes asaltos están presentes en la avenida; podía invocar incluso pruebas
digitales de cámaras que en la avenida registran y graban todo lo que ven durante
las 24 horas del día, todos los días. Ni siquiera tuvo la pachorra de citar
alguno de los muchos amigos del mister Y que en la avenida trabajan, como
comerciantes, abogados, economistas o ingenieros.
En fin, de aceptar la denuncia como verdadera, y en tesis, que por el principio de
presunción de inocencia atribuida a la dignidad y decoro del mister X debía ser
aceptada, ocurrió una enorme conmoción asocial y nadie se enteró. El mister Y,
abrumado por tanta y absurda acusación, eleva las manos al cielo y repite casi
histéricamente – Señor, que país es este al que tu bautizaste con nombre de
santo!
Amodiño, Moncho. No es problema del
país, del mismo modo que el trágico problema de Adam y Eva no era un problema
del paraíso. ¿Qué culpa podía tener el paraíso si en el medio del rebaño
existía una serpiente pezoñenta? ¿O que
culpa podía tener nuestros santos padres si el barro que les dio forma estaba
contaminado por el veneno de la mentira. Hemos de convenir, estimado
querellado, que en aquellos tiempos no existían las famosas piedras de Moraña
para ser utilizadas como antídoto contra la pezoña. Luego… sigamos con el
cuento.
Si no fuese poco la pena de dos años y
medio, el querellante, por la sabia intermediación de dos ilustrérimas
abogadas, propone las consecuencias del art. 141 para aumentar en un tercio la
pena. Convengamos, la pena no es grande considerando que después
de los setenta y tres años la expectativa de vida decae en orden geométrico o,
en la visión del acusador y santo religioso, no se compara con el castigo de la
cruz impuesto por los religiosos fariseos a nuestro señor. Luego, amodiño
Moncho, que si el santo es de barro al caer puede partirse.
La enmienda finaliza con un pedido de
concesión de justicia gratuita, teniendo en vista que el querellante, cirujano
y presunto dueño de iglesia evangélica, no dispone de condiciones financieras
para arcar con el proceso sin prejuicio propio y de su familia. Pedido perfecto
para estimular la caridad de los agentes de justicia, pues nunca se sabe si
para entrar en el cielo habrá que recurrir a los buenos oficios de un cirujano
religioso, por aquello de que una mano lava la otra, aún estando las dos
sucias.
En posición de estatua, a imagen y
semejanza del gran pensador frente a las puertas del infierno, el querellado
reflexiona sobre el aspecto fundido de
implantes con metal corrompido,
exhibiendo el drama de su vida en el cielo de su boca. Al ver el autor de este
cuento, para que yo lo cuente él me pregunta:
- Amado mestre, contador de tontas lorotas,
si, para mi defensa contra una inicial inepta, en el mercado de causas
judiciales yo no encontré abogado que cobrase menos de 5000 unidades
monetarias, dime, por favor, ¿cuál fue el precio cobrado por dos abogadas de
libada cultura y rancio saber?
- No te lo digo, Tontorrón. Si quieres
saberlo pregúntaselo al sabio loro Foderico.
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