En
todo lo que existe, siempre existe correspondiente
relación entre la existencia y la causa que produjo la existencia.
Descubrir la causa acaba siendo un enorme problema, al que habrá que buscar
solución. Descubierto la causa y su legítima correspondencia con la
consecuencia, surge un nuevo problema, cuya solución debe ser convenientemente
planteada para que no surjan consecuencias inconvenientes. Esto es, estamos
delante de una espiral de existencias cuyo origen está en el culo de un agujero
negro y su fin en la boca de un único tubo. Forzar nuestra inteligencia para
descubrir quien originó todo este enorme embroio es lo mismo que meterse a loco
para querer descubrir si fue el huevo consecuencia de la gallina o la gallina
fue la causa de toda esta tortilla que, para enriquecerla, la misturamos con patacas
y cebollas, le damos un bocado de vueltas para freír todo junto y, finalmente,
regada la garganta con un buen vino facilitamos la secuencia de su justo
destino por la más obscuro del agujero negro.
Por ejemplo, yo fui testimonio de algunos
incendios en mi famosa Cee Villa del Mar. Ansioso por extrañar la novedad, vi
como se quemaba el club de Cee. Era noche, yo dormía cuando desperté con gritos
de fuego. Corrí a la ventana y vi reflejos de luz proyectados sobre una enorme
bandera, roja amarilla, que ondeaba en el cuartel de la guardia civil. En casa
no había nadie para explicarme lo que ocurría. Corrí a la calle para conocer la
causa de tanta agitación y vi como desde la fuente, en la plaza de Cotón, se
formaba una columna de personas pasando, unas a los otros, calderos de agua y
recibiendo unas de los otros calderos vacios. Siguiendo el flujo de esta
corriente, llegue a la plaza de España, donde vi enormes lenguas de fuego
brotando de las ventanas del club Cee, el único club de la nobleza pobre que
existía en la rica Villa. Absorto por el luminoso espectáculo, me quedé observándolo
desde un cómodo diván de piedra, en la alameda, a pocos metros del hecho.
Finalmente fui reconocido y llevado a casa por mis padres. Al día siguiente
hablaban de la famosa relación entre causa y efecto. La causa, un pitillo; la
consecuencia, un club en cenizas por el resto de mi vida en la mi Cee Villa del Mar.
En otra ocasión, caminando por los montes
de la armada en un día de calor abrumador, pude observar como de la casca de un
pino brotaba un regueiro de resigna. Sobre un ramo en el suelo había depositado
una pelota de resigna ligeramente pastosa y, al querer recogerla, pude observar
como un foco de luz se concentraba en la palma de mi mano.
En toda relación causal
del fuego existen tres elementos íntimamente asociados para que constituyan
causa de la consecuencia fuego. Ellos son: fuente de calor, oxígeno y
combustible. La fuente de calor estaba presente en los rayos de sol. En el aire
bien oxigenado los montes son ricos. Faltaba combustible. Viendo hoy los
monteas, parece mentira que en tiempos pretéritos no hubiese masa seca para ser
quemada. Sí que la había, y mucha. Ocurre que los montes eran continuamente barridos
para formar feixes de volumada, que eran transportados por esfuerzo personal a
las nobles cortes habitadas por eméritos cochinos o, en la condición de tojos o
masa de pinos podados, a las monumentales lareiras de piedra, típicas en el
fogar de Pindoschan.
Hoy las tres condiciones están presentes.
Íntima y firmemente asociadas, la consecuencia es ese regueiro de fuego que
observamos en los montes rocosos de mi inolvidable Pindoschan.
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