Reflexiones sobre un caso penal
Capítulo VIII (de no se cuantos)
Caminaba yo por la playa da Langosteira, en
dirección y sentido hacia el fin del mundo, absorto en mis preocupaciones durante
un intervalo de descaso entre la hora de despertar y la hora de dormir. El sol
brillaba en el horizonte oeste, con temperatura amena, fresca, ligeramente
abajo de los 20 grados. Al este, se mostraba imponente el monte del Pindo con
su morfología recientemente chamuscada. Una sensación extraña me hizo mirar al
otro extremo de la playa. No había nadie en la arena. De repente, me pareció ver
surgir del mar una figura conocida. Caminaba en mi dirección, pero andaba con
pasos lentos, pasos de perdedores, de hombre muy cansado, con hombros caídos y
brazos colgados. Preso a su pasado,
andaba sin prisa, evitando alcanzar el sol que en aquel momento se resfriaba poniendo
sus pies en el mar. La brisa transportaba una vieja canción de Dorival Caymmi, que
el viejo de pasos lentos parecía cantar:
“O mar quando quebra na praia, é
bonito, é bonito. O mar... pescador quando sai nunca sabe se volta, nem sabe se
fica. Quanta gente perdeu seus maridos seus filhos nas ondas do mar. O mar
quando quebra na praia é bonito, é bonito”.
La voz del cantor me era inconfundible,
voz gruesa, grave de barítono, bien temperada como el roncar de la gaita gallega o el trueno que nace del relámpago. Era tarde
y el chispeo del faro Fisterra proyectaba sus luces por todo el horizonte.
- - Mister Y!
Grité cuando ya cerca de mí yo reconocí
su figura.
- - Olá, relator de cuentos.
Me respondió sin la menor sorpresa. Parecía
abatido, cansado, de rostro sombrío como si fuera chamuscado por el fuego de
Carnota. Tropezó en un trozo de madera y, tambaleando, cayó en mis brazos. Para
salir de aquella incómoda situación los dos tiramos del cordel. Sentamos en una
mesa al borde de la cristalera, pedimos almejas a la marinera, pescado a la
brasa y café de cazuela. Después de la primera taza de vino, el ambiente parecía
ideal para una conversación amena entre dos amigos; pero Igriega continuaba tenso,
aburridamente callado.
- - Donde estabas?
Se me ocurrió preguntarle para decir
algo.
- - No estaba, vengo del palacio
de justicia de la ciudad con nombre de santo de la isla de Santa cruz.
En frente a la playa da Langosteira hay
algunas islas en línea reta con Carnota. Ninguna con nombre de santo. La Lobeira
grande tiene un gran farol que fue residencia palacio del farero de Corcubión,
padre de Conchita, una antigua amiga de infancia. No, ciertamente no era el
palacio de justicia al cual se refería el mister Y. Tuve que resignarme a creer
que Igriega quería exponer el aborrecimiento que algo le causara en el dia de hoy,
martes, 17 de septiembre de 2013, en las proximidades del otoño.
Le dí cuerda.
- Qué has hecho en el palacio de
justicia?
- Hombre, lo que todo el mundo busca
hacer: matar la sed de justicia.
- Y la mataste?
(Continuará
mañana).
UM MORTO MUITO LOCO
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