martes, 22 de septiembre de 2009

TRANSFUGA

TRANSFUGA

Es una palabra que me incomoda, sin duda. Al verla, en el artículo de Carlos Luis Rodriguez, utilizada como tema central de su columna diaria de opinión, me sentí airado por una especie de resorte y fui lanzado sobre el contenido con ansia de entender y reflexionar sobre tan incontenida molestia.

Varios son los significados que se pueden atribuir a este substantivo de género neutro, pero cuando es asociada con persona adquiere la potestad de adjetivo femenino y, por derivación del conceptuado articulista, puede ser entendida como sinónimo y pre vestíbulo del prostituta militar, que en tiempo de guerra abandona la tropa a la que se había incorporado e ingresa en la fila del enemigo.

La RAE.ES también entiende que el simple cambio de ideología caracteriza el (o la) tránsfuga y, por extensión, cualquier cambio en la vida de una persona puede ser entendida como situación tránsfuga de la condición anterior.

Fidelitas quae sera tamem. La fidelidad no es un concepto que ha penetrado en mi vida tardíamente. Me acompaña desde el albor de mi infancia, cuando pasé a entender que la voluntad integra el desarrollo humano y es algo superior al instinto animal que tan sabiamente nos orienta en los instantes en que sentimos presión de las necesidades básicas (la leche en el pecho de la madre, el abrigo que nos calienta en los rigores del invierno, el lar que nos protege del inclemente tiempo, etc.)

Aunque sepa que es por la vida que yo soy conducido al sueño eterno, no renuncio a ella, ni a la pecha de tránsfuga, que a semejanza de vieira quieran pendular sobre el aire que brota de mis narices. Sí, adrede me doy por aludido. Y me siento orgullosamente tránsfuga en algunas acepciones de tan galaica parola. Ideológicamente, el pensamiento me hace cambiar de sentido cuando habiendo llegado a algún lugar siento voluntad de volver y transfugo el punto alcanzado. La fidelidad a la profesión de carpintero no hizo dudar en ningún momento a mi padre cuando el miserable ordenado de su empleo no era suficiente para comprar el pan de brona nuestro de cada día. Mi madre, tradicional señora gallega, entró en la masa triguera y mi padre ingresó en el cuerpo público del orden local. Con el esfuerzo de mis músculos y el sudor de mi cuerpo, hidratado por el agua retirada de la magdalena en cántaros de hoja-lata, fui creciendo y creciendo fue mi fidelidad a la familia. Pero un día, todavía en mis infantes años, mi padre mostró el camino trillado por su padre, mi abuelo: ¡la emigración!. En quince días, de vulgar candidato a las desérticas arenas de la gloriosa legión española, me vi abanando los brazos desde el combés de un buque, que partía del puerto de Vigo conduciendo a la emigración un gran número de tránsfugas forzados.

Pero no se dejen engañar por mi airado desvelo. Sabemos que el proxeneta entiende de moral humano como cualquier experto de la comunicación y no por eso hacemos esfuerzo para estigmatizar el periodismo asociándolo con palabra poco estimada en la cultura provinciana. Su tema va de política y no de fidelitas a asuntos inmorales y en esta trama la musicalidad del gallo cantor será necesariamente por versos ritmados al loco calor de la pasión.

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