domingo, 27 de septiembre de 2009

MORATORIA DE UN DRUIDA

Moratoria de un druida

Alguien ha dicho a Rajoy que en España todos somos celtas del año 2000 (a.C), somos arrianos y tenemos pelotas suficientes para enfrentar desnudos, con palos y dientes, la bien disciplinada tropa del romano Zapatero. Somos una civilización regida por mentes de hierro, con edad bien avanzada y cuerpo extremamente encogido. Al paso de nuestros pies, no dejamos una hoja escrita, adrede, que es para que nadie reconozca la verdadera grandeza de los nuestros druidas, como aquella del milisiano don Militón, pariente de Breogan, que cuidaba tres gatos y los hacia bailar en un plato, y a la noche… Bueno, no se lo que ocurría en aquellas noches de frio invierno. Rajoy y Feijoo lo sabrán.

Claro que lo saben. Saben tanto que tanto monta el uno como el otro para contarnos lo que ignoramos y, lo que todos sabemos, no podremos conocer en función de nuestras limitadas limitaciones.

¿Pagar la deuda?

¡Non, señor Militón!

E logo, que faremos?

Sencillo, como en Silleda vos dixen: Crear empleo, mejorar lo que ya está bueno, revolucionar la política y subir al monte del Gozo con los impuestos en el saco, y de allí, en voz alta y mejor ton, incordiar el maestro Zapatero.

Para mejorar el sabor del caldo de piedra, algunos ingredientes serán solicitados a los celtas e íberos de estas bandas: eficacia, sentidiño de lo más común (cuesta poco y a veces no funciona), más fotos (como esa en que se abrazan efusivamente ambos los dous), más fiestas (que en un municipio con ocho mil habitantes, 15 mil festeiros han pecado por poca farra)

El arrianismo no creía en un dios siendo padre e hijo al mismo tiempo. En materia de deuda, ahora auguran que es el deudor quien puede echar pecho al creedor y gritarle desde el concilio de Santiago: Che debo, non negó, pagarei cando puder! Es la moratoria invertida, discriminatoriamente positiva, concedida por quien debe, porque ya decía mi padre: meu fillo, nunca che olvides, o deber diante de todo. Y así yo camine por el mundo debiendo a todos y creyendo que nadie cobraría mi santo Deber. Pero cobrar, cobrar cobraron. ¡Caramba, y como cobraron! Hasta que un día, habiendo retornado a Galicia, pedí trabajo, necesite recurrir a la Sanidad Publica para aliviar los malos olores del prestige, busqué los servicios sociales, exigí ayudas al Deber por mi santo oficio y la respuesta fue siempre la misma: Non señor, aquí nin solfa.

Descubrí el verdadero sentido del Deber. Hombre, no es que debamos mucho. Son casi dos billones de euros (los billones americanos tienen tres ceros a menos), pero me preocupan un bocado, porque como ciudadano, paisano, parroquiano y aldeano gallego, si Feijóo se esfuma como moroso, vendrán a por mí y, después de arrancar los huesos de mi valiente cuerpo, decretarán falencia.de todos mis órganos. Os lo aseguro como buen druida y celta gallego.

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