Vacación funcional
Ha tocado usted, amigo Conde, en la clave que permite entender nuestra fragilidad gallega: vocación firme de pertenencia a una casa, a un lar, a una familia. En una sociedad de tan profundo estirpe podrá ser reconocida la gran nación de María, José, Jaime, Pedro, Pablo y otros nombres tan clásicamente gallegos surgidos ao carón del intrépido marinero Breogán, cuando singlaba mares de Irlanda.
Galicia, siendo nuestra patria y representada por los padres y madres del amor, deberá, en cuestiones previdenciarias, formular, en sus previsiones anuales, fondos de suporte a la vida de todos los gallegos, que ella, por análisis genético, reconoce. Confieso que hace pocos años sería tarea impropia de un cíclope, a quien los soldados de Ulises le escapaban entre los dientes, después de tan hábilmente le fue turbada la visión central de su único ojo.
Pero hoy Galicia es otra y ya no pertenece a Isabel y Fernando, ni a los padres Quevedo y Feijo, ni a la desnaturalizada y rajante Rag. Cada uno de los gallegos de Galicia, siendo dueño de sus ojos, oídos y boca, es capaz de hacer retumbar los tambores por las cuencas de los mil ríos y bastonar en rígida roca para hacer chorrar las fontes que riegan las cuerdas modulantes de la filial voz. Galicia es Grande, Una e Indivisible, Patrinostra sin padrinos vecinos, Maternossa sin pecado concebida, firme y decidida por los designios consejeros de nuestra formidable cultura, bien estructurada por el pensamiento arquitectónico del gallego Gaiás, encúbranme el resoplado.
La peseta, contabilizadas por millones de 1988, significaba un extraordinario esfuerzo de los galegos (todos) de aquellos tiempos. Nada más natural que del esfuerzo filial, el patrón (nuestro padre) destinase una parte del sabroso chorizo a cada uno de sus hijos (sin distinción de credo y sexo). Habiendo sobras, estas serían vendidas a los vecinos de otras nacionalidades. Infelizmente, no dando cuenta del apetito filial, por insignificancia de la dimensión del chorizo, la comunidad, en su apogeo comunista, fraccionaba el perfume extraído de las especiarías y los distribuía en caldos de pagarés a todos los mancomunados. En la utópica sociedad de entonces, el chorizo y las demás partes sabrosonas del cerdo iban al paladar requintado del mantenedor de los gastos oficiales, que reinventaban pagarés por cuenta de diccionarios que nadie compra, porque eran destinados a quien los vendían, y sabemos que quien vende nada compra gratuitamente. De lo que se deduce que del esfuerzo social de los hijos de la nación gallega ha nacido una glamurosa y ahora clamorosa y continuada vacación funcional a cuenta de nuestra retocada cultura.
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