La vivienda es una necesidad y un derecho natural y fundamental de cualquier forma de vida en la Tierra. España ha avanzado sobre otras legislaciones escribiendo este derecho en su Constitución. La vivienda en España ha sido, y es, un enorme problema. Y, como a cada gran problema siempre surge una enorme oportunidad para tirar ventaja de los que sufren necesidades básicas, surgieron alianzas entre bancos, que nada tienen a ver con el negocio del ladrillo, y los promotores, que nada entienden de bancos pero supieron aliarse a la construcción de torres para viviendas, desde donde no pecaron por extraer dulces y jugosas rentas, retiradas, primero, de una gran masa de desempleados y, después, de una gran masa de hipotecados.
El lema esparramado por todas las esquinas era: “no tiene vivienda quien no quiere”.
Pica el amor propio, ¿verdad? El mismo picor que produce el “no trabaja quien es vago”.
Pero ¿que cuesta adquirir un pisito? Apenas firmar un chumazón de papelitos y la vivienda ya es tuya. ¿El precio? ¡Que más da! Cien mil, doscientos mil, un millón. El dinero no es tuyo. Quien lo pone es el banco. Si el banco te lo mete hasta por el culo, es público y notorio saber que el banco nunca pierde dinero. Luego ¿por que uno habría de aborrecerse cuando el banco mostraba tanta seguridad en el negocio?
En el mundo real existen derechos y derechos. La vivienda es uno de ellos y la hipoteca es otro. Cuando ambos coliden, la hipoteca es un derecho real y la vivienda, un derecho ficticio previsto en la Constitución del país de la ilusión.
El derecho a la vivienda tiene la ventaja de ilusionar el trabajador, el promotor, el constructor y el banco patrocinador. Un gran grupo de riesgo, cuyo mayor riesgo pertenece al trabajador, hombre o mujer ausente de dudas y cualquier preparo para avaluar la tortuosa filosofía del riesgo.
Una pareja en la flor de edad decide casarse. Quien casa quiere casa, dice el dictado popular. Como son dos capullitos jóvenes, mal saben que la vivienda es un derecho que ampara a los dos. Surge el oportunismo y este señor los convoca a la banca, donde por medio de un malabarismo de ingeniería financiera todos se convencen de la facilidad que tendrán para pagar la vivienda - convencimiento desnecesariamente repetido, aunque técnicamente indispensable para no abortar el negocio, pues la pareja ya había sido advertida por el promotor de la gran ocasión que ponían en sus manos.
El rey sabrá formar su propia opinión a respecto de la solvencia gallega si sus asesores no le esconden la realidad dramática de aquellos desahuciados que, por el simple crimen de vivir en un escenario de economía imprevisible, invocan, con sus brazos extendidos, los favores de la luna, al mismo tiempo que sus ojos, absortos en la desgracia, maldicen el infierno por la falta de ilusión de que en toda esta obra teatral de la crisis no exista un acto que haga presumir un final feliz.
A través de una digestión rigurosa, Galicia metabolizará su deuda y la pagará como sea. Es lo que asegura nuestro mandamás a todos los poquitos que mucho ya tienen. Es un dicho que carrega en su intención el valor de un eficaz supositorio. Como tal intención se traducirá en un feito preconizado por Castelao será algo digno de ser aplaudido por el silencio de las masas, con su resonancia infinita, desde el único lar cuyo derecho se hace absolutamente imperativo en la hora de nuestra buena o mala muerte, amén.
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