martes, 8 de febrero de 2011

PARTITOCRACIA (I)

Un partido político no es un partido de futbol, ni de baloncesto ni de hockey sobre patines. Un partido político, en tesis, es una asociación de paisanos que se reúnen entorno de algunas ideas de carácter político, religioso, económico y, sobre la unión de estas ideas, desarrollan principios y estrategias que sean capaces de trazar caminos que los conduzcan a la realización de sus propuestas.

Si individualmente no integramos ese club ideológico, no tenemos porque dar A SUS DIRIGENTES procuración incondicional para que rijan nuestros destinos. No son un club deportivo cuyas consecuencias de una mala o buena administración solo afecte a los socios del club. Aborrecernos o entusiasmarnos muy por encima de lo razonablemente sano, cuando nuestras simpatías por el equipo son castigadas o premiada respectivamente con una victoria o con una derrota del rival, es algo que ultrapasa la necesidad medianamente natural de una razón medianamente brillante.

Ahora bien, si somos apadrinados, dependientes asalariados del partido o soldados de su organización, la lógica del interés natural exige que pensemos diuturnamente en pro del conjunto de ideas que componen el arcabuz ideológico del partido que ha sido causa de nuestra escoja para registro en sus filas.

Parece excesivo que en un pueblo con menos de ocho mil habitantes compitan cuatro equipos en una guerra que da al victorioso el poder de entrar en la casa de su vecino y arrancar, por decreto, las economías que, por alguna razón, haya reunido en la patria hacienda de su natural nación, la familia genética.

Veamos la calidad del sistema partitocrático:

Distanciados apenas tres meses de lo que podríamos denominar puerto democrático, nuestros vigilantes no consiguen ver tierra aunque se posicionen en el punto más álgido del sistema de atención para nuevas descubiertas. Sabemos que el sol calienta las entrañas de los partidos. Solo eso. Pacientemente esperamos a que de su vientre surja algún sabugo fumegante que nos diga ‘habemos candidato’. Y nosotros, a un solo grito, exclamaremos ¡“Tierra a vista”! Y la tensión de algunos afligidos se resfriará en estación propicia a una letal pulmonía. Eventuales candidatos rezan ardorosamente para flotar en la superficie del caldo que se cuece, aunque su emergencia resulte de haber puesto los pies encima de la cabeza de otro potencial candidato.

Entretanto, en la cabina del puente partidario se cuece algún tipo de cruel disputa. Es la actividad más difícil y compleja de todo el proceso electoral. Mal pudiendo respirar, porque cualquier marola puede cubrir la nariz y acaba atragantando su pretensión, tiene que ofrecer a la parte oculta del sistema partidario, que ni muchas veces ni él conoce, doce nombres del agrado de la curia. Del agrado de la curia y de su absoluta confianza, pues el candidato emergente no es bobo y no escogerá a nadie que no tenga rabo preso a su voluntad.

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