miércoles, 9 de febrero de 2011

PARTITOCRACIA (II)

En breve tendremos cuatro banderas correspondientes a cuatro partidos ondeando en los cuatro vientos de nuestro concello. Sin novedad, ya que son los cuatro cardinales que tradicionalmente se presentan a las elecciones municipales. La novedad, este año, estará en el tipo de cabeza que se pondrá al culebrón. Del pescuezo hasta el rabo, la composición se hará de acuerdo a la misma fórmula de elecciones anteriores: uno o dos caballos, una o dos mulas y el resto será un grupo ordenado de burros invitados.

Pero la gracia de tan evolutivo sistema electoral está en que cuando un votante argumenta sobre la idoneidad de su voto, esclarece que él vota para alcalde en la persona de su preferencia.

Bajo cualquier ángulo que se quiera observar tal opinión, se concluye o que ella es intencionalmente mentirosa  o ingenuamente cubierta de pura ignorancia. Ningún elector de mis queridas parroquias vota, para alcalde, en el nombre de su preferencia. Vota apenas en uno de los cuatro sacos de patatas puestos sobre la mesa de su conciencia, y de esos cuatro sacos, por un método extraño de selección proporcional importado de los Países Bajos, serán extraídas 13 patacas y será esa selección de los trece quien, a seguir llamados concejales, serán los que irán escoger el alcalde de su preferencia y conveniencia, que por experiencia sabemos que ni siempre corresponde a la preferencia de la mayoría de los electores parroquiales y sí a la voluntad de algún promotor de concejales oculto.

Partitocracia es el régimen político que se nos ofrece para que podamos elegir partes aparentemente independientes de cuatro culebrones. Son partes comprendidas entre el pecho y la cabeza, siendo descartadas cualquier pieza entre el ombligo y el rabo. Ese nuevo ser, ágil como el lagarto que perdió su finalidad para no perder el poder, acaba dominando la vida pública local. El dominio de la voluntad política de cada vecino en particular, aunque sea la meta que el nuevo grupo quiere ultrapasar, es un propósito de muy difícil conciliación entre lo público y lo particular, entre las necesidades impostómetras de un ente abstracto y las necesidades naturales del individuo-persona.

Todos los partidos rezan idéntica letanía de que su organización debe obedecer criterios democráticos. Es la misma cosa que rezar el credo y adorar un santo de barro;  no hay coherencia entre lo dicho y lo hecho.

Con el pasar del tiempo, el partido o partidos se arraigan en el poder y promulgan normas, procedimientos, leyes que visan reglar el comportamiento humano, homogenizado al interés dictatorial de la autoridad de plantón y con criterios de valor del deber impositivo  y contrapartida ambigua de un derecho muy pocas veces admitido por esa autoridad, salvo honrosas y meritorias excepciones.

Por la actual norma electoral  de listas cerradas, los votantes son impedidos de elegir un candidato específico para favorece aquel que ya ha sido escogido por la mano invisible del poder político.  Este sistema acaba inexorablemente en el autoritarismo local, que es una forma de organización caracterizada por sumisión incondicional a una autoridad central, no elegida directamente por la voluntad del pueblo, y que ella (la autoridad)  asegura que su poder está fundamentado en las leyes que su capricho dicta.

Infelizmente, esta forma de entender el derecho de gobernar se extiende rápidamente a todos que componen el gobierno y, con intención de blindar el jefe y así mismos, emulan con autoritarismo extremado los actos del poder que representan. Es lo que yo he podido observar al coste de la desgracia de mi propósito final (pasar mis últimos días en Cee).



No hay comentarios:

Publicar un comentario