Eu, Genio Cándido Ingenuo, por alcuña
Imposible y otras cositas Mas, humildemente me boto a sus pies en asuntos de la
lengua.
Es
con extraordinario placer que recuerdo ledicias de la lengua mía, reportadas por el ollo de mi
infancia pueril. Jamás olvidaré la
satisfacción que provocaba coger una crostra de brona , apaciguarla en leche
fresca y remoerla en la boca dándole vueltas con la lengua y, así, hablandarla
antes de clavarle el diente. ¡Cosas de tierno chiquillo!
Nada era prohibido en mi huerto
geográfico ¿Nonsi? No todo era alegría, recuerdo cierta envidia que me causaba
Manolete cuando mis amigos se referían a su extraordinaria fama de buen torero.
Yo alegaba que mi fame a veces era más grande y nadie de mi falaba. La risa
irónica de mi amigo Ares revienta mis oídos al recordarla. Hay martirios
incansables y este fue un martillo de fuerte tonalidad, muy capaz
para amargar el sonido que “por flebe se esmodenga o deshace , como leña
floja, que es la rama”.
Eran
tiempos, mi buen amigo conde, del acó y acolá, de lo longo para
diferenciarlo del estrecho y monótono fungar, era un falar del sabio celta en
contraoposición del rudo godo de la mesonera planicie. Vivimos una desértica
cruzada por la hegemonía de cabellos sedientos, puestos al viento en desdeñable
ademan. Libres como la liebre, nos impedimos de escribir livre como ordenaba la
norma portuguesa y, por tan gramatical modo, evitamos chumbo grosso de la
cazada estéril. Por haber del dever luso nos ilusionamos con fartas palabras
de idiosincrasia portuguesa, y con el
enfado de un buen fado hicimos oposiciones al antónimo de Nebrija. No fue otro
el camino que se diseñaba para chegar a
san Cetano y tornar nuestro el palacio de Raxoi. Extraña ironía, pues como
clavijas puestas en la antesala de la lengua de quien mucho manda hoy, sometido
a un rigoroso examen de lingua e modos, jamás le sería permitida la entrada en
su palacio. Ao allo que non fede non se lle mira o dente.
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