Hollar con los pies o manos no es razón
suficiente para preocupación de quien quiera que practique u observe actitud de quien la practica.
Quebrantar ley o principio puede ser causa para sensaciones peligrosas. Someter
a una persona, a una nación, a un pueblo, a una familia, a una persona,
vejándolos, humillándolos o tiranizándolos, constituye clara acción que inculca
presión sobre la vida de los humildes mortales. No
lo dice Chateaubriand, lo dice el diccionario que sin exigencia de pago llega a
mis ojos para que yo dé una ojeada a la palabra conculcar.
La propiedad es enemiga de la libertad.
Ambas, libertad y propiedad no se entienden, aún cuando se deseen mutuamente
uno al otro. La libertad inculca un sentimiento de poder muy capaz de dejarte
solo en presencia del peligro. La propiedad esclaviza su propietario, arrebatándole
toda libertad que creía tener al poseerla. Por el camino que idealiza la
libertad de ser propietarios de alguna cosa no se llega a lugar alguno.
“La mirada desbocada, el reflejo de los sueños,
vigilantes acechantes, de bajada a los
infiernos, más que sólo ante el peligro, gritando contra corriente, a todos
juntos nos será más fácil ser igual y diferentes”. Lo ha dicho Tioinkin, nacido
en estado propiedad de nadie y murió apropiado
por la libertad de exigir un duelo con
el sol.
No es necesario viajar a Cuba para ver
cosas que despierten sentimientos contrapuestos. Es suficiente ver el reflejo
del entorno sobre una cuba con agua parada. Y no hablo de lechugas, pienso en el
peligro que puede representar aprovechar el sol para asuntos privados. Habida
multa, pagarla será un infierno, y no habrá libertad al raciocinio que quiera
evitarla. Sabido es y claro está que el arte mejor desarrollado en el milenio
del desespero es el arte de querer cobrar lo que no debes, o debes por el arte
de quien te roba y da fe de que te ha dado crédito con todo que te ha robado.
El peligro nos deja solos a espera de la libertad.
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