Fue
la de ayer una pregunta pertinente a aquellos comprendidos entre los menos
de treinta. A los más poco puede interesar lo que venga a ocurrir a la vuelta
de cuarenta años. Bueno, es un decir, pues un cierto sentimiento de
preservación de la humanidad domina el humano de cualquier edad.
Pese a todas las dificultades, la empresa
de sociedad anónima española oscila en números como cualquier otra
sociedad del mundo. La pirámide
demográfica se ha debilitado en la base, pero se ensancha en la barriga como
consecuencia de los fértiles años pasados. Con más algunos años, toda esa grasa
de la gracia generacional se irá derritiendo para mostrar un tronco cilíndrico,
sin diferencias diametrales entre la base y la cumbre. La igualdad entre todos
los estamentos sociales quedará igualmente valuada y el mundo morirá de
envidia. Con todas las luces apagadas a nuestro alrededor, discutiremos la
rectitud del árbol genealógico por la
virtud de las perdices que se pendieren en los gallos.
Para conformar su forma al tamaño de los
pies podríamos recordar las labores de un buen zapatero. Si el árbol resulta en
la calidad de un fino palito, recordaremos con bastante obviedad el cincel y
martillo que le ha retirado todas las capas periféricas a golpe de rajatabla.
De momento, y al albur de futuras encuestas, vamos recordando el azar de un pasado que por muy infeliz se aproxima a
la infelicidad del momento presente. Lo hacemos con el gran salto el vacío que
nos separa de las desdichas de un rey avasallado por la lujuria de Versalles y
las locuras inventivas de Joseph Ignace Guillotin, nombre muy apto en la
competencia de producir grandes espectáculos con extrema economía en mano de
obra. Recordamos tiempos que precedían la gran industrialización, recordamos el romancista Chateaubriand, partidario de
Napoleón y de la monarquía constitucional, mentor de la Santa Alianza y
restaurador del absolutismo español tras el Trienio Liberal. Recordamos nuestra
devaluación social.
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