miércoles, 26 de noviembre de 2008

EMPEÑO Y DEUDA

Contracanto a celtas (26/11/08)

Caer en la misma trampa dos veces es característico de la divinidad humana. En mi vida he caído más de dos veces, lo que no imputa privilegio de calidad ni certificado de origen. En mi rueda vital he visto hombres y mujeres muy bien calificados en el arte de afondar en el fago y resurgir de la lama, un poquito más pesados, con bolsos cargados de barro. Algunos, con una piedra en la garganta, enmudecieron, otros, con glotis herida y relajada, roncamos a bien placer. Es el caso de este xararabal corme del roncudo, que se enerva por el acento que le ponen a un signo coherencial por cuenta de un capital humano, descascado para mejorar la productividad y derrumbar el bienestar tradicional de la economía aldeana.

¿Donde está el empeño, quien exhibe esfuerzo y donde se encuentra la inteligencia política capaz de proyectar soluciones plausibles para mi finisterre utópico? ¿Quién le ofrece condiciones de resolución feliz a su condición de pacificador en la esquina donde el atlántico y cantábrico se pelean a diario?

En cualquier crisis nacen intereses oportunistas. No será diferente ahora. Lo que debemos hacer es quedar mucho más atentos a los desvaríos oportunistas y evitar que nos arranquen la vara, nos tiren el sacho  y coman los alevines y semientes que habrán de crecer en la próxima primavera.

El cambio no puede ser excesivamente doloroso para nadie, bajo pena de que el cambio se transforme en secuestro después del abordaje en un actos de piratería. Acierta mi amigo celta cuando afirma que el cambio procesado en ámbito global “es mucho más profundo y rupturista de lo que parece y de lo que sugieren ciertos juicios desenfocados”. Está naciendo, al sabor de la moderna experiencia, nuevas “funciones paramétricas”, que será necesario medirles el rabo y el tamaño de la boca para avaluar el grosor de la oportunidad estructural, cuya sagacidad boga en la sombra.

Todo es por casualidad. Y fue una casualidad comandada desde la incerteza estadística que, en última análisis, es el determinante de caminos desbravados por impulsos de la emoción, siempre muy bien justificada por la sinfonía de su fiel y esclava razón.

En los años ochenta, noventa y actual década en extinción, vimos correr gente de las aldeas y pueblos  en dirección a los grandes centros urbanos que hinchaban sin control. El suceso de un ídolo deportivo nos hacia creer que todos los críos podrían ser campeones. Olvidamos el campo y despreciamos el mar. Apostamos por la industria y nos ofrecimos al Estado. Quien comía del mar, o quien iba al monte buscar leña, fue criminalizado por ausencia de papeles. Creamos la cultura del papel y, en un vuelco enorme, mejoramos – el mundo entero lo hizo- la cualificación del obrero, que fue ahorrado como reserva de capital humano. No aprendimos nada,  pues tal reserva no es necesaria y si las reformas puestas en marcha son acciones de largo plazo, en ese lapso estaremos todos muertos.

Contra la maciza opinión de sus asesores diarios, editores de testarrudas trifulcas, como la de mi amigo Nero, el lisonjero Lelo, el insistente Luis y otros reposteros que ensalzan mi vida todas las mañanas, la única solución de corto plazo está en el pleno y urgente atendimiento a las demandas sociales. Son ellas suficientemente poderosas para aumentar la producción, crear empleo marginal e ilusionar el empresario con esperanza de lucro y gastos imperiales. Por tal empeño, alcanzaremos la deuda que todo creedor querrá cobrarla, mejor hoy que mañana.

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