martes, 17 de febrero de 2009

AGUA FÉTIDA

AGUA FÉTIDA

Alberto Feijoo está convencido de que menos impuestos es sinónimo de reactivación de la economía. Vana jactancia porque el flujo económico no obedece a una presunción tan simplista.

Los impuestos son realmente un cancro social cuando el agente impositor arranca de las familias parte de los recursos reales, indispensables al sustento de sus necesidades básicas (habitación, alimentación, higiene seguridad, etc., etc.)

En el estado moderno, con el adviento de la financiación como recurso del sistema monetario anclado en la circulación fiduciaria, el agente impositor ha dejado de arrancar bienes reales del medio social. Recibe de este una parte de los recursos fiduciarios que el gobierno a través de la Casa de la Moneda pone en circulación. El Gobierno ha pasado de simple instrumento de pillaje a un instrumento consumidor y simultáneamente ejecuta un papel constructor de la sociedad que dirige. Los gastos del gobierno estimulan la producción económica y despierta el ansia de los emprendedores a navegar por caminos de riesgo en la expectativa de alcanzar gloria al final de su eterna caminada. Mayor demanda activa un principio axiomático de la economía y los precios empiezan a subir. El gobierno se entusiasma porque sin haber hecho ningún esfuerzo ve aumentar liquidez en sus cajas. La tendencia es aplicar el excedente de caja en aplicaciones de alta rentabilidad y el dinero se va a las manos de gestores que sabrán aplicarlos en automatismos supresores de trabajo humano. El ciclo se repite y acelera en espiral ciclónico, alejándonos cada vez más del centro de las necesidades reales.

La ciencia del saber público gestorial consiste en alcanzar un estado de equilibrio estable. Renovación inteligente es necesaria para mantener el estado de bienestar en perfecta harmonía con los deseos de la sociedad. Estos deseos consisten en expectativas generadas por movimientos arbitrados en su gran mayoría por la propia naturaleza, que algunos designan con el nombre de dios y otros atribuyen a los malos designios del diablo.

La Tierra está en constante movimiento y a cada instante algo cambia en su interior. La humanidad se renueva todos los días, naciendo, creciendo y muriendo.

La confianza de las personas no se conquista tirando o decretando impuestos. La confianza se renueva todos los días como consecuencia de los pasos andados en el pasado y la expectativa del futuro analizado en un determinado instante, que es el único momento presente rebozado de múltiplos sentimientos.

E un momento de grave crisis, capitaneada por el país más rico del mundo, no es prudente jugar con las desgracias humanas, principalmente de aquellos que han perdido su condición de sustento y el sistema los arroja a la calle sin más contemplaciones. Bajando el tipo de impuesto de transmisiones patrimoniales (de 7% para 4%) o el de Actos Jurídico Documentados (de 0,75% para 0,3%) la sociedad no conseguirá crear un único empleo. Lo máximo que esta reducción tan cacareada podrá conseguir será extraer algunas gotas del pozo de agua fétida que inunda hasta las narices el pobre tributado.

El sistema tributario moderno debe ser pensado para promover distribución de riqueza. El dinero no ha desaparecido, está concentrado en algún lugar. Habrá que desenterrarlo y ponerlo en manos de los necesitados. Ellos sí sabrán gastarlos en bienes y servicios que harán las delicias de los empresarios y emprendedores de un estado en perfecto equilibrio social.

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