domingo, 8 de febrero de 2009

TARJETA SANITARIA

TARJETA SANITARIA

Hace algunos años sufrí en mi carne las consecuencias de haber creído lo que los políticos gallegos me contaban al pie de mi oído en sus precampañas de escalada al poder.

Trabajo. Trabajo para quien quisiera trabajar. Buenos sueldos, seguridad laboral con garantía de futuro en cualquier lugar de España. Para mi era suficiente un único lugar de una única provincia, de una única comunidad, del único pueblo en que por primera vez vi la luz al venir al mundo en que vivimos.

Excelente sistema de Sanidad. Yo conocía un sistema aparentemente primitivo de asistencia sanitaria. Era representado simbólicamente en mi cabeza por la calavera de don Augusto y por la extraordinaria preocupación y desvelo de mi madre durante los infantes años de consolidación de mi cuerpo. Durante toda mi vida laboral en el extranjero tuve oportunidad de conocer varios modelos de asistencia sanitaria. Modelos públicos y modelos privados. Conviví simultáneamente con los dos y he sido crítico radical delante de situaciones en que la moral, ética y el sentido común provocaba revuelta de mis sentimientos. En empresa multinacional expuse ante su dirección los motivos irracionales de una lista de espera que provocaban multiplicación de costes por ausencia a los puestos de trabajo, primero, por imposición dolorosa de algún tipo de enfermedad en fase de eclosión y, segundo, por imposición administrativa que exigía presenciarse ante el médico en día y hora marcada. En un ciclo vicioso de causa y efecto, el efectivo médico aumentaba en proporción con el aumento del tiempo de espera, al mismo tiempo que los costes laborales registraban el disturbio de una situación rara a un análisis detallado.

Años y años después, viví ese mismo estado en el concello de Cee, después de haber escuchado en el extranjero hablar de la excelencia del sistema sanitario español.
Algunos gallegos que nunca han tenido el honor de hacer lo mejor para su país y las leyes de su Patria se resienten que las ayudas recibidas de la EU puedan ser desviadas hacia la confección de una tarjeta sanitaria ofrecida a los ancianos que culminaran su última etapa de vida en tierras fuera de España. Estas tarjetas cuestan en Galicia 3 mil euros al año (el sueldo anual que el gobierno de Fraga y Aznar me ha ofrecido a mi retorno con base en el diploma constitucional). Si esta misma cantidad fuese colocada en el bolsillo de cada anciano en el exterior para su libre gestión, todo gallego en Sudamérica viviría como un dios y moriría como un rey.

Lo siento, amigos Touriño y Feijoo. Si ustedes vienen a América a ofrecerme las mismas garantías que el Sergas ofrece a los residentes en la comunidad gallega, por respecto a su condición de gallego le daré mil gracias, después de recusar tan magnánima oferta y pedirle explicaciones de cómo y donde podré usar esa tarjeta gallega y a quien podré recurrir cuando la prestación sanitaria se muestre un fraude con el único objetivo de justificar gastos en la contabilidad pública.
En tiempo de crisis internacional es bueno mantener nuestro tradicional sentidiño y evitar el estruendo de la manada que suele correr al grito de Sálvese quien pueda.

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