En
plena crisis de austeridad cultural y sin que esta haya contaminado el valor de
la potencia económica y financiera de los astutos adinerados, tengo el placer
de conocer, por
recomendación de Alfredo, un joven de pequeña estatura, fuerte, hábil en el
discurso y arrebatador por su capacidad
de arrancar miel del fuciño del loro.
- Mucho ghusto, Mein Name ist Musil, Robert Musil-
Complaciente con la generosidad del ilustre austriaco e intencionando ponerme a su altura, correspondo a su bondad.
- Ich freue mich, Sie kennen zu lernen. Me llamo…
- Ya, mi lo saber. Vostede es Der mann ohne Eigeschaften.
- Mucho ghusto, Mein Name ist Musil, Robert Musil-
Complaciente con la generosidad del ilustre austriaco e intencionando ponerme a su altura, correspondo a su bondad.
- Ich freue mich, Sie kennen zu lernen. Me llamo…
- Ya, mi lo saber. Vostede es Der mann ohne Eigeschaften.
Confieso
que quedé impresionado y lisonjeado por tan dulces y exprresivas palabras “man
sin eigeschefen”. Man, en céltico gallego es el extremo de cada brazo, mano le
dicen los fieros y obscuros que no nos entienden. Atribuía “ohhe” a un equivoco
del austriaco por no saber escribir unha (aquí y talvez por influencia de
Magalofes)
Volviendo
al dedo que el ilustre conde pretende deslizarlo por el rego, decía uno por boca del otro que es más importante escribir un libro que gobernar imperio. No me
lo creo! Más difícil, quizás!, más importante, jamás!
Sospecho
que nuestra historia va contaminada con los hechizos de la Beltraneja, la
arrogancia e intriga del hermoso archiduque y el deseo feroz del marido de
Catarina por proclamar el divorcio sin necesidad de bula papal. La cosa es
mucho más complicada de lo que nuestra vana razón la previene. Un facho de
claridad me advierte que no es oro todo que brilla en la boca del austriaco Musil.
Por
el lazo británico que nos une a los ingleses, debo entender que The man Withou
Qualities es un hombre sin cualidades. Es una historia de ideas ocurrida en los
últimos años de la unión habida entre el Imperio austriaco y el apostólico
reino de Hungria, colapsados ambos por el resultado de la primera guerra mundial
y cuyos frutos fueron consecuencia, en mi modesto entender, de la heroica
guerra en que los hispanos encogimos nuestras fronteras universales y, por su vez, fue causa para poder mostrar el rabo a los (g)ermanos en clara manifestación de orgullo nacional.