El
tema de ayer, elaborado sobre el tajo habido en el dedo índice de la mano
izquierda, despertó el sentimiento que siento cuando veo dos manos de puño cerrado, con exposición del gordo en irado ademán. Yo entendía el símbolo representado por el
dedo índice y medio, cuando el gordo, meñique y anular se contraen con la palma
de la mano virada hacia el frente. Era señal de paz. Así me lo habían hecho
entender. Confieso, no obstante, que recién obtenida la libertad, por
cumplimiento de la mayor edad que representa haber vivido los primeros 21 años
en un pueblo del fin de la tierra, yo desconocía el simbolismo del medio
apuntando hacia arriba y los demás firmemente apretados y el dorso de la mano
mirando hacia el frente. Pensaba que el orden de los dedos y el giro de la
muñeca no alterarían el resultado de lo que yo creía paz. La santa ignorancia
me salvó la vida.
Frecuentaba
yo el son de cristal en la calle Rego Freitas, próximo a la catedral de un
centro comunitario con más de tres millones de locales paisanos en la época. Allí
iban famosas orquestas, como la de Silvio Mazzuca. Tocaban samba. Busque pareja. Al cruzar mi mirada con
una bella morena sentí su asentimiento y la saqué a bailar. Entrábamos en
sintonía cuando un muchacho, tres o cinco años mayor que yo y tan fuerte o más
que yo, pero con una visible borrachera, me pidió que cediese gentilmente mi
pareja. Ella negó asustada y se agarró a mí en claro pedido para que no dejara
arrebatarla por el borracho zumbón.
Cruzamos algunos empujones y de la nada aparecieron los seguranzas y se
lo llevaron. A una música seguía otra y
continuamos bailando y hablando con natural placer. Después de algún tiempo,
observé en la barra del bar el mismo joven con una cerveza en la mano. Reía como
un tonto. Le miré con curiosidad y él correspondió a mi mirada con un señal
simbólico. Era aquel señal del medio enervado que yo entendía como paz. Le dije
a mi pareja que el truhan no era tan malo como lo pintara.
Al
verlo, ella se asustó y entendió por el gesto que el rapaz quería guerra. La
forma de asegurar la botella por el cuello insinuaba algo diferente de lo que
el dedo en ristre sugería. La hermosa morena me alejó del local y fuimos a disfrutar del calor del encuentro a
la luz de la luna en una apacible
terraza.
Tenía
ella presagio de mal agüero? Porque el singular símbolo del medio en ristre no
auspiciaba a mí idéntico sentimiento?
Somos
dueños de diez dedos, todos expuestos a la interpretación que quieran otorgarles
quien quiera que quiera prever lo que puede ser o no puede ser, y por tal
método resuelva resolver la cuestión aventada por Shakespeare en su famoso
soliloquio.
Creo
que para no ser atacado por los agueros de aciago sentido o para alejar el
presagio que sufoca, en ciertas ocasiones se revela asaz conveniente ignorar el
idioma de los dedos. Como en el idioma de la lengua cuando el niño la pone
fuera, los señales pueden tener el sentido que nos plazca, fugaz o de
resentimiento.
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