Tener
pasado y conservar la memoria es asaz conveniente y beneficioso. La alternativa
es trillar el camino que conduce al estado de memoria opaca, insana por la
insensatez de un presente continuo, delectado al instante para obviar un futuro
muerto. El alzhéimer no tiene cura pero podemos prevenirlo y minimizar sus efectos.
Llegamos a este mundo, solidificado por la victoria
de los unos y aterrorizado por la derrota de los otros, en tiempos que el
terror se alastraba por el mundo mayor. Tenemos culpa que los sobrevivientes
del holocausto ibérico se adaptasen a la situación y condiciones del momento?
¡Nooo! Clamo yo con un retumbante Do de pecho.
Cantamos de cara al sol con la camisa nueva en los
intervalos de una hornada, después de la masa haber sido hecha con el sudor del
cuerpo familiar, y después de haber sido vendida al público vecino, en muchos
casos al precio de un “Dios le paje”.
Conocimos la disciplina de la debandada sin orden ni
desconcierto en el campo de Ganderio. Alli fuimos sometidos al cribo del
contradictorio por falangistas que se decían comunistas. Fuimos introducidos en
el glorioso mundo del deporte en las grandiosas instalaciones de Riazor.
Algunos hemos tenido la suerte de estudiar en institutos de formación laboral.
Crecíamos felices, creyendo en la promesa de que España sería nuestra, de todos.
Alcanzada la mayor edad, o antes, percibíamos que la franqueza del heroico toro arañaba con
sus cuernos la perspectiva bisoña de poder ser dueños de lo que era nuestro.
Mermada la esperanza, salimos por la única válvula, socialmente posible y
políticamente aceptada, para evitar implosión del territorio conquistado: era la
válvula de la emigración.
Lavada por la lluvia y fertilizada por el viento,
los campos son otros. Pero los fantasmas son los mismos y acostumbrados a
aterrorizarnos con el viento frio del recuerdo.
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