Me gustan las mangas. Aplaudo el prestidigitador que consigue tirar
monedas de mis narices o transforma una pluma en bella paloma. Atraído por
trileros he conseguido evitar los efectos de su malabarismo digital. El
resultado de la producción de muchas profesiones son productos que consumimos
si queremos y podemos o dejamos de consumirla si nos place.
El impuesto es un producto como otro
cualquiera pero con virtudes añadidas, veamos:
Son productos impuestos y esto
significa que debe proporcionar gran satisfacción a quien lo impone, de lo
contrario nada harían por su existencia.
Son productos amargos, luego amplían la
economía al exigir algunos otros productos para reducir la amargura de quien
los consume.
Son productos derivados de un único gusto,
pero son fraccionados para poder ser encajados al gusto de infinitos hechos que
estimulen su existencia y alcancen el más amplio abanico de los “disgustadores”
de su consumo.
Otras más virtudes podían ser anunciadas
si el espacio en que fue inspirado lo permitiese.
En el tema de burbuja yo no me meto, pues
considero que es cosa propia de la sachadura del indomable Loro y su fiel
rocinante Foderico, ambos bajo la batuta de Luis, el Bueno. Quien en la tierra
de labriegos tiene pico más profundo, o en la mar ve navaja más cortante que
las garras del pájaro hablador?
Por las brumas que hacen despertar el
otoño y ya anuncian la aspereza del invierno, veo como se aproxima un balón. Es
un balón de ensayo para ver si creemos, los fieles ingenuos y cándidos
creyentes, en ese saco con miles de patas sometidas al magosto de algunos
tubérculos podridos. Una patata bien situada en el núcleo del saco, al exhalar
cierto y conocido perfume, genera más sospecha que las mercedes invocadas por
el susodicho príncipe de la gloria.
Sometido a examen cardiovascular, revela,
el conde, apatía por Wyoming. Diagnóstico fácil pero pronóstico muy difícil
de elaborar. Y esto, sí, contrae la más vana esperanza de un futuro promisor.
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