sábado, 15 de noviembre de 2014

CONTRACTURA EXCESIVA

Me gustan las mangas.  Aplaudo el prestidigitador que consigue tirar monedas de mis narices o transforma una pluma en bella paloma. Atraído por trileros he conseguido evitar los efectos de su malabarismo digital. El resultado de la producción de muchas profesiones son productos que consumimos si queremos y podemos o dejamos de consumirla si nos place.

El impuesto es un producto como otro cualquiera pero con virtudes añadidas, veamos:

Son productos impuestos y esto significa que debe proporcionar gran satisfacción a quien lo impone, de lo contrario nada harían por su existencia.

Son productos amargos, luego amplían la economía al exigir algunos otros productos para reducir la amargura de quien los consume.

Son productos derivados de un único gusto, pero son fraccionados para poder ser encajados al gusto de infinitos hechos que estimulen su existencia y alcancen el más amplio abanico de los “disgustadores” de su consumo.

Otras más virtudes podían ser anunciadas si el espacio en que fue inspirado lo permitiese.

En el tema de burbuja yo no me meto, pues considero que es cosa propia de la sachadura del indomable Loro y su fiel rocinante Foderico, ambos bajo la batuta de Luis, el Bueno. Quien en la tierra de labriegos tiene pico más profundo, o en la mar ve navaja más cortante que las garras del pájaro hablador?

Por las brumas que hacen despertar el otoño y ya anuncian la aspereza del invierno, veo como se aproxima un balón. Es un balón de ensayo para ver si creemos, los fieles ingenuos y cándidos creyentes, en ese saco con miles de patas sometidas al magosto de algunos tubérculos podridos. Una patata bien situada en el núcleo del saco, al exhalar cierto y conocido perfume, genera más sospecha que las mercedes invocadas por el susodicho príncipe de la gloria.

Sometido a examen cardiovascular, revela, el conde, apatía por Wyoming. Diagnóstico fácil pero pronóstico muy difícil de elaborar. Y esto, sí, contrae la más vana esperanza de un futuro promisor.


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