domingo, 4 de abril de 2010

ESPÍRITU PASCUAL

Inspirado en Remarks of President Barack Obama
Hoy rebasa, en más un año por toda nuestra querida costa viva, semana de profunda fe religiosa. Celebramos la pasión, muerte y resurrección de Cristo en una serie de actos que reproduce el camino bíblico desde Moisés hasta nuestros días.
Con Moisés, en su fuga de Egipto, renacía  la esperanza de ver crecer la justicia sobre la opresión y la perseverancia sobre la angustia ante la derrota y muerte. Con Cristo, a la bendición del día de ramos  le sigue infernal demostración del castigo a la bondad, al cariño por los semejantes, a la idea de que se puede salir del martirio de la pobreza con obstinada voluntad.
Hoy el mundo festeja la semana de diferentes maneras, para recordarnos siempre como es intolerante el espíritu humano habitado en los locales más obscuros del alma pasional, aquella pasión que nos hace creer que somos hermanos y demuestra que debemos odiarnos y repetir todos los años el simbolismo que condena constantemente la vida al sufrimiento terrible de la cruz.
Nos debatimos en pugnas públicas por el interés partidario de ofrecer por los medios de comunicación lo que antes se tira y nunca se dará. Y así nos consumimos en un ciclo, que se repite eternamente en un juego folclórico de la ilusión al conducirnos  por trillas hacia la incapacidad de poder vivir feliz después de haber sido fuertes en el bienestar de la mocedad senil.
Desde la fuga del paraíso, todos nosotros sabemos de la importancia que el trabajo tiene en la vida del hombre. Hombre en el concepto de generalidad exenta de género y sexualidad.  El hombre o mujer como cabeza de familia que ha de llevar el pan a la boca de sus hijos, que ha de brindar con el calor el hogar familiar en los duros días de invierno, que ha de estimular la vecindad en los pequeños núcleos aldeanos o en las gigantes aglomeraciones urbanas. Es en la ocupación de un trabajo que se puede alcanzar no solo seguridad como, también y principalmente, el sentido de la dignidad producida por la moral de ser socialmente útil y compartir los beneficios de la utilidad con nuestros entes queridos, sin tener que robar el sacrificio inútil de alguien clavado en la cruz. No es alentador oír hablar de fusiones cuando sabemos que, en momentos tan difíciles de la economía regional, es necesario crear empleos. No mejora el calvario del desempleado por saber que ya son muchos  y mucho más han de crecer para salvación del capital concentrado en cada vez menos manos; manos limpias de Pilatos, enrojecidas por fariseos caprichosos en imposturas de la voluntad mayor.
Todos nosotros valoramos la salud nuestra y de nuestros entes queridos. Todos en algún momento hemos experimentado el dolor por enfermedad, por amor, por ausencia o muerte de una persona amada o por cualquier tragedia de la vida. En el círculo de una persona todos conocen lo que se quiere, lo que se piensa y se hace de sus vidas. Si la salud o la vida de quien amamos es puesta en peligro, el resto nada importa, nos trasformamos en herramienta focalizada en el interés de resolver el problema, sea intencionalmente para mejor o fatalmente para peor.
Todos nosotros valoramos la educación. Creemos que, en una economía tan competitiva como la nuestra, la educación es base fundamental para el suceso. Infelizmente es una creencia maculada desde el empirismo político de nuestro desastrado régimen democrático. En nuestra comunidad, la educación por esmerada que sea no es suficiente para darnos asas y volar por encima de las barreras que se interponen en el camino hacia la vida social. Es suficiente ver el poder económico de algunos políticos carentes de educación formal.
Todos en nuestra comunidad, desde tiempos inmemoriales, nos hemos esforzado por dar sentido a nuestra peonada en la Tierra. En un tiempo tan fugaz, como el que sostiene la vida durante el viaje sideral, supimos hacernos dignos del futuro, amando el pasado en fugaces momentos, que se diluyen en el presente continuo que atraviesa la edad.
El rito pascual y el folclore de una santa semana acompañan nuestro ideario desde hace casi dos mil años, se renueva como estaciones del año, haga sol o  caiga lluvia, en tiempos de guerra o en  tiempos de paz tan agitados como los de ahora.
Finalmente, la semana llega al fin después de la resurrección de un espíritu que nos debería dar consciencia de un vínculo común por el propósito de amar a quien se ha sacrificado por darnos lo que tenemos, y recusar, sin odio, a quien nos lo quieran tirar, aunque con disculpa de ofrecerlo  a una entidad santa en la costa de la vida.

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