lunes, 31 de octubre de 2011

CABALÍSTICO SIETE


Aunque ahora, para mí, es el hoy de lo que para vos ya fue ayer, me peno por el hecho de haber ingresado un poco tarde en el mitin de mi amigo Albor. Suelo encontrarme con él todos los domingos, bien temprano, cuando el sol insinúa su luz entre las jambas que sustenta el dintel que sucede al umbral de mi morada. Es un encuentro muy placeroso al sentido de la vista y también a los pecados que fortalecen el orgullo de haberlo siempre bien dispuesto a darme permisión, para con él codearme con interposición del velo hipocrático y el monódico canto de la liturgia en pro de la pandemia demográfica.

Concuerdo en parte con alguna parte de lo que pueda haber dicho  el filósofo y socialista italiano, que no comprende como no quieren permitir a una madre la defensa de una vida digna o evitarla antes que se torne indigna.

Sin duda el tema es correlato al gravísimo problema de la gran explosión demográfica. Las campanas tocan alarme por todos los lugares del paraíso Tierra. Dios y su séquito ministerial discuten la mejor forma de expulsarnos del Edén, como justo castigo al descontrol de la natalidad y constantes amenazas que, por falta de lo que hacer, promueven los adanes obreros, desempleados e inebriados por la viña de la ira que se ingiere a toque de lengua bífida por los serpentarios  del creciente ocaso.

No hay mejor ley que tutele el derecho a la libertad de tener o no hijos que el conocimiento que da a la mujer la real dimensión del cuerpo que habrá de albergar lo que otros, por mero placer de un instante impensado o mal pensado, les gustaría que naciesen bajo el sentimiento hipócrita del creced y multiplicaros para alegría del señor.

Ya sabemos donde se esconden los señores cuando los indignados salen a la calle en busca de solución por pan y amor. Es impensable querer creer que ellos no deseen aumentar su legión, por pura religión o contra adicción de falacia agnóstica.  Es suficiente para pensar que muchos otros piensan como nosotros y, como nosotros, muchos otros ni siquiera piensan. Simplemente fornican como animales para ultrapasar el cabalístico número de siete mil millones de humanos. 

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