jueves, 13 de octubre de 2011

CONGOJAS


¿Viejo? ¿Quien no es viejo en Galicia? Bueno, no somos tan viejos como los fenicios, griegos o los romanos de antaño. Y de los cartagineses ni hablar, pues su certificado de validad ha caducado poco después de aquella terrible intifada del sitio de Sagunto, seguido de la gran epopeya del SERGAS con los elefantes paseando por los Pirineos y Alpes para alcanzar albures mingo resultado para el animal Aníbal, quien para infelicidad general de los celtas mongoloides y con la gran ayuda de los tarraconenses catatónicos allanaría el camino futuro para el suceso político presente de Berlusconi. Todo según mi subjetiva y banalizada interpretación de celta emigrado.

También, según la objetiva del faro que me alumbra, el capitalismo financiero es heredero del capitalismo productivo, aquel que un puñado de artesanos extraía  de una legión de trabajadores, hijos de artífices que se arrojaba al mundo para currar ilusión de constituir familia.

Después de la derrota imperial del 99, la humildad por una pobreza consentida en nuestros burgos y villas hacia presentir que retomaríamos la grandeza nacional apoyados en el trabajo de todos los herederos de la miseria de España. Y los herederos de esta nave peninsular trabajaron a estajo. No había espacio ni bandera para los vagos y el ejército se acuartelaba en la caserna por falta de brazos para defender el capital europeo, lo que dio origen a dos guerras que hundieron Europa en la más profunda indigencia.

Con mucho trabajo obrero obramos la nación del bienestar, aquella a la que se refería Galbrait antes de alcanzar la era de la incerteza, en la cual ahora vivimos los pobres y ricos, niños y viejos y los trouleados de edad media que piensan no podrán alcanzar la viejez deseada.

Capitalismo de cualquier especie es una peste que renace de tiempos en tiempos para decirnos que detrás de su nacimiento vendrán años de vacas magras cuidadas por perros rabiosos. El hombre y la mujer del tiempo están ahí muy bien antenados para avisarnos de la inclemencia de algunas borrascas que se aproximan.

El capitalismo financiero, como peste revivida en los tiempos modernos, pretende ser muy austera y contenida en los gastos sociales. No piense nadie que el señor financista está interesado en la austeridad del trabajador o en su economía privada. Mirando por donde se quiera, a ese señor que se cree dios de la nueva era ya no le interesa el culto al trabajo ni la cultura industrial. Su empeño se concentra en el interés de un sueño que le ha sido real por algún tiempo y pretende inmortalizarlo por el tiempo que le sobra. Y es por esta razón que el debate de naturaleza púnica alcanza el alto mando de la generalidad obrera, alcanzado por la pandemia obsesiva de múltiples picadas, todas  amortiguadas por veneno anestésico en la punta del aguijón, que nos acongoja por el retroceso social, económico y político del descapitalizado ser humano, primo hermano del insolidario capital financiero.




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