viernes, 17 de diciembre de 2010

AL PIE DE UN RIO

Dicen que una golondrina no lleva la primavera, ni el rengo hace una mula, ni el desubicado chupetea el culo. Son dichos populares que nos llevan a creer que la sentencia opuesta nos deja desorientados, como quedara Adam en el día de la madre, o firmes como el rulo de una estatua.
Pero la verdad es que observando lo observable nos quedamos chamuscados como tufo de cabellos quemados y mucho más enredados  que una orgia de lombrices sobre el camino largo de la esperanza pobre.
En cierta ocasión llegó un gallego a uno de los morros que da vistas a la bahía de Guanabara. Se instaló en un lugar adecuado para observar la vida social de las gentes del local, todas abenzoadas por Deus e bonitas por natureza
– Que beleza!
Tamborilaba el gallego trotando sobre sus pies un simulacro de samba a la moda de la jota gaiteira. En la bolsa llevaba una subvención amarrada a la junta de sus piernas. Su misión era llenarla con informaciones del tipo psico-social, del tipo que nos harían entender como vivían los habitantes de la era pre-colombiana. Era un investigador bien intencionado por las partidas presupuestarias del IDI. Pero no era cosa fácil dedicarse a la investigación cuando uno se acomoda a los deslices interpretativos de su lengua y desprecia el significado que un mismo modelo fonético posee en otros cantos. Así, cuando un chaval preguntó al gallego cual era su profesión, altanero y soberbio, el gallego respondió:
-Investigador!
El chaval, empalidecido como estatua de mármol y apretado como el tornillo en una rosca, se alejó tan raro como político honesto y desapareció como turco en la neblina entre las bielas que cortaban la pendiente de una escalinata de la social favela de un rio de enero.
El gallego continuaba bailando su samba amuñeirada cuando, de repente, se vio rodeado por un grupo de hombres fuertes, de pies enchanclados, pecho descubierto, labios gruesos y nariz achatada. Como era investigador, el gallego nada parecía temer. Mucho por lo contrario, se creyó admirado en el arte de bailar y tal vez endiosado por unos paganos que nada entendían de alá.
Fue tamaña la ingenuidad y valiente la cándida presentación del investigador lo que detuvo el brazo encuchillado de los abrahánes en el morro Moria. En la lucha trabada entre los dos estados, el de la coca y el de la coca-cola, los defensores autóctonos conocían la valentía  de muchos investigadores enviados a sus calles por la tropa de elite.
El hombre en la naturaleza pura no es un bruto sanguinario. No habiendo religión por el medio ni miedo a una invasión, su sentimiento se atiene a los dictámenes de la razón y busca entender las consecuencias de sus actos. El gallego no era investigador. Era un pobre pesquisador a servicio de una aldea extraña en el otro lado del horizonte. Y la diferencia entre esas dos palabras había determinado la detención de la mano encuchillada, cuando decidida ya se dirigía hacia el degüello de un cándido investigador gallego.
Después de alguna porfía entre lenguas parecidas, sin que el gallego entendiese el peligro del momento, el grupo de abrahanes se deshizo como se formó, bajo la bruma del morro  en una favela al pie de un rio de enero.

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