El papá, en su infinita bondad, atendió los caprichos de su niño, dio luz al sol y ordenó que la tierra diera vueltas alrededor de si misma para marear toda perdiz que en ella posase. En el principio Xan quedó un poco aturdido, el niño, también, y los dos casi cayeron al pozo, donde callarían eternamente por vida del tiempo, ahora creado.
A la deriva del tiempo, un día Xan tuvo el mal sentimiento de querer imitar el cabrío terrenal y ver si servía para ser conejo en potencial. Rascó el principal miembro y único de la nación, y este, por arte de la magia, fue creciendo como un frijol en el país de las maravillas. Para no escandalizar los bríos del niño, su papá acudió en defensa del pudor y cubrió el único miembro de su nación con una hoja de parra, importada de las riberas del Sil
El papá del niño tenía muchos planos para concretar por el mundo creado por Dios y se marchó a otros lares llevando el neno consigo. Xan se quedó solo, perdido en un mundo que ahora corría y daba vueltas sin cesar. Pero tenía lo que hacer y lo hacia con el sudor de la carne y esfuerzo del músculo. Subía a la montaña en busca de piedra y bajaba a la ribera para construir castros de franca belleza y singular ternura. Xan era un hombre más fuerte y poderoso que Man, no lo derrumbaba ni el prestigio de un marino forastero, capitán de las tierras helenas y caballero de un buque que se partió en dos. Sísifo imitaba Xan do Barro en su eterna tristeza por repetir todos los días lo que todos los días hacia. Hércules, por la gran visión que desde sus 68 metros tuvo de Irlanda al iluminar la vencida invencible y mal armada escuadra. Neptuno, todo poderoso del mar y poseedor de todas las fuentes de la comunidad, se calmaba cuando veía Xan llegar. Cerbero, el perro de muchas cabezas, guardaba con celo el pozo de la muerte para que Xan no cayese en él antes que el pecado mortal fuese inventado.
Xan pasó a ser un barro temido y, por temido, envidiado. Cierto día, un extranjero llegó al portal abierto de Perceebes y muy audaz sintió que podía atacar la vanidad del único miembro de aquella poderosa comunidad.
- - Majestad, el más Mixote de todos los percebes, Señoría ilustre de todos los señores del mar, cielo y tierra, ¿como extraéis tantos percebes de las rocas sin ahogaros bajo el peso de las olas?
- Muy fácil, señor Extraño. Cuando sentí el tiempo pasar pedí ayuda al papá del niño para que de mis costas arrancase una costilla y de ella burilase la mujer. El papá del niño la pareó con gran maestría y celoso poder. La hizo con piernas perfectas, para huir de mi cuando yo la perseguía. La cubrió con pechos hermosos, para pecharme y obligarme a hacerla temida. Y la temía por el dolor de cabeza que de su cabeza erraba a la mía.
- Días difíciles que todos los papás del mundo somos obligados a pasar todas las pasadas de la luna – justificaba aquel señor, papá del niño.
- ¿Pero que es lo que tienen en común la mujer que dios le dio y la caza al perceebes, qué la tierra y el mar cuidaron? – interrumpió el extranjero con la eficiencia de quien todo consigue para ser el primero en la economía del tiempo y por el moto “time is money” hacerse dueño de lo que puede, engolfando con sus cabos todo el fango de las rías.
- La mujer es el alma del negocio. Cuando el papá del niño me pidió la costilla yo le di un pedazo de mi hígado y guardé el palo de la costilla para mejor ocasión. Me quedé verde de rabia, bien lo se, pero, al momento, lo que me sobró del hígado se rehízo y, sin gasto alguno, yo gané la mujer.
- Continuo sin entender, mi señor Xan, maestro locuaz de todos los saberes y sabores qué por vuestras rías braman los vientos en defensa de vuestra percepción y de la perfección que abrasa el paraíso percebero.
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