viernes, 24 de diciembre de 2010

XAN DO BARRO, V

Xan andaba un poco aborrecido con las trasnadas del niño y pasó a ver en la propuesta una oportunidad para librarse de dos pájaros con una sola guarrada. Pocas novedades habían ocurrido por ausencia del tiempo necesario para que las cosas ocurriesen. Los azotes del niño por orden de su padre no contaban, pues el dolor que venia de la mano y los pies del neno era como el dolor del amor cuando la mano agitada enaltece cualquier miembro de la raza humana y una patada bien dada en el trasero siempre nos hace seguir adelante. Era lícito pensar, en aquel momento, que un ataque al huerto privado del papá, sería el medio ideal para arrancar el pirulito de la boca del niño y dejar el paraíso en perfecta paz, sin restricciones de cualquier orden o origen.
La culebra era el guardián del manzanal.  Era empleada del papá, pero la irritaban las trasnadas del niño, qué se reía a borbotones pisándole el rabo; luego, llegando la ocasión, no desperdiciaría la oportunidad de vengarse. Con incontenida euforia, la culebra se alegró cuando la mujer le contó de la propuesta del extraño. La musculosa pitón se enrolló en el cuerpo desnudo de la hermosa mujer y susurró a sus oídos razones muy convincentes para aceptar el oro y con él hacerse más ricos que dios. Su cuerpo estaba frió, pero la mente calentaba más que un tizón ardiente, muy capaz de mostrar el dolor de la verdad, aunque sus ojos mentían por la lengua que quería persuadir a la bella costilla.
Si Xan se hace dueño del manzanal, tú no necesitarás ir a los acantilados y exponerte a la furia del mar para coger los percebes.
La joven uva asintió, con alguna amargura en la voz que se reflejada por el sudor del rostro.
Sí.  Yo pensé en esa alternativa para mejorar mi vida, pero Xan dice que tu tienes lengua de víbora y cuando muerdes picas más que el veneno. Xan es bueno y valiente pero teme el dolor de tu mordida.
-Para todo hay arreglo. Me dais el oro, me fingiré ciego y Xan pasará por la portaría del huerto. Allí recogerá todas las semientes de lo que el papá del niño llama fruto del bien y del mal. Estas semientes, plantadas en la tierra fértil de que se ha originado Xan, crecerán y darán frutos del bien  para que comáis los dos hasta hartaros. Y os hartaréis viendo el tiempo pasar en todo su gran esplendor sin que para nada intervenga el dedo del señor, que dejará de mandar y señorear el paraíso e irá a otro lugar a rascar la gaita y ver si inventa alguna cosa mejor.
Eran tiempos muy difíciles para cualquier extranjero. Se hablaba de un enorme Suname que arrasaría toda la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches de la era del tiempo recientemente creada. El extranjero, que había mamado de las tetas de una zorra, sabia que del adviento podría tirar provecho. Con la moción del tiempo todo cambia. Y el cambio despierta angustia y a la angustia le sigue la creatividad como a la noche le sigue el día.  En el paraíso reina la pereza administrada por un eterno descuido, que algunos llaman negligencia y se arruga por falta de aplicación de los órganos. El tiempo es la principal fuerza del cambio. Dios sabia de eso, pero temía que en la tierra los cambios produjeran algo que él no quería; o, peor todavía, algún estúpido como el ángel de las luces podría querer derrocarlo en nombre del cambio. Fue por eso que dejó la tierra en las tinieblas durante tantos años. 
El tiempo transciende el poder que el papá tiene en la tierra y aunque la asegure firme por el rabo y haga mover todo a su vuelta, la Tierra gira desde que el mundo es mundo y el sistema solar salió del agujero negro. Es en las crisis, que el tiempo produce, cuando mejor aflora el complejo de zorro. Y si consideramos el extranjero un hombre que además de barro lleva sangre de coyote en las venas, escóndase la pereza que de la maleza viene Martin Corona con su col repleto de balas, dispuesto a encontrar los desafíos que la agonía de una triste rutina siempre aconseja.
Xan pensaba:  “El hombre no es dios. No puede tener poder sin consentimiento de los gobernados. Las personas pueden destituirlo a su criterio y placer”.
La cobra terminó de beber la copa de hiel que se habia servido para aumentar el dolor del veneno. El no se orientaba ni por el oido ni por la vista. Era el olfato degustado por la lengua lo que la hacia enter todo que a su vuelta ocurria. No seria la cabeza de un hombre lo suficiente poderoso para abatirla; luego a ella, la anaconda de la selva, la más hermosa y salvage de todas las fieras, capaz de destruir en la lojuria de un abrazo todos los huesos de un león y pasearlo por el cuerpo entero sin un arañón en la piel.
En la crisis, la cruz crece,
Arrancando la hiel del suelo.
En el infierno quema el alma,
Con fuego, para injuriar el cuerpo,
Castigo obeso con palo garrido.
Que de rodillas se persona
Para alcanzar el brillo
De la locura que lo aclama.
Cae, levanta, camina y sigue,
Cuando el deseo quiera
Y la voluntad te lo permita.

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