lunes, 27 de diciembre de 2010

COUSAS DE UN CICLOIDE


¿Sabía usted que la braquistócrona es el camino de caída más rápido para un cuerpo que se mueva entre dos puntos por la fuerza de la gravedad? ¿Y que ese camino es una corredoira-curva de tal forma que, descendiendo por la acción gravitacional, siempre alcanzamos el punto más bajo en tiempo idéntico a otro que en un mismo instante comience a caer? Inventemos ahora algo parecido con un anillo que antiguamente poníamos a los pies de un galero remero, para que no abandonase el remo cuando la galera se hundía – ¿Rueda? – ¡Exactamente!, ese conjunto de madera dura formado por tablas que se unen al centro por pedazos de troncos, a los que solemos llamar radios, rayos u otra cosa parecida que se asemeje al concepto que la rueda nos ofrece desde que percibimos como la rueda simplifica el trabajo de pasear la piedra desde el monte al valle. Pues bien, marquemos un punto cualquiera en la periferia de la rueda y hagámosla rodar sobre una línea recta. Cualquiera que sea la velocidad del eje, la largura de la curva que el punto describe será siempre el mismo. Y si consideramos que en condiciones naturales la gravedad es constante, tenemos a nuestros ojos lo que a nuestro parecer en otros tiempos era mejor. ¡Y no lo era! Ni por la distancia, ni por el tiempo que la rueda llevaba para recorrerla.
No me digan que esto lo acabé de aprender ahora, pues sería una verdad capaz de lastimar mi ego, vanidoso viajero de orujo destilado en buen rego. Sepan que caminando por la desembocadura de la tierra Europa, cuando por estos soles dejaba de gobernar el vallisoletano, hijo  del más poderoso señor del Sacro Imperio Romano, me encontré con el gallego Galileu, gallizo de la Galicia romana, sabio   de muchos conocimientos, el único responsable por la génesis de la ciencia moderna.  Galileu era un lunático que se interesaba por el entendimiento del ciclo de las mareas. Para mejorar las lentes de sus ojos, Galileo inventó el telescopio, gran motivo  para envidia del jesuita Horacio Crasis, quien desencadenó la crisis de la paralaje, por diferencia de opiniones sobre la posición de un astro, de una estrella o un satélite cualquiera. Eran tiempos en que la ignorancia mandaba creer en todo lo que escrito estaba y solo se podía escribir lo que el papa autorizaba, y como Galileo insistía en escribir por la lengua que su corazón dictaba, fue acusado de hereje y contrario a lo que se depositaba en las sagradas escrituras. Desde Aristóteles ya se sabía que el círculo era redondo. Lo que estaba difícil probar era el valor de la rueda cuadrada. Como en todo, la raíz de la solución estaba en la bola de barro, a quien se ha convencionado llamar pi y, por un problema de tartamudeo, muchos se refieren a ella por la comedia del pipí, para valorar la rueda  por su magnitud de perfil cuadrado !Oh, triste ilusión!, fue necesario el advenimiento de un Lindemann para probar el origen transcendente del pi, falso número real, que unido a un palo cuadrado por la atracción de la fuerza centrípeta conseguía transformar el círculo en perfecta rueda cuadrada.
Ough! Cousas de un cicloide, capaz de facernos camiñar sin que a roda salga do seu lugar…

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