lunes, 20 de diciembre de 2010

XAN DO BARRO, I

No hace muchos años Percebes era la comunidad más feliz de toda la comunidad gallega. Sus habitantes eran los habitantes más justos y honestos de toda la comarca a su alrededor. Se decía de Percebes que había sido seleccionada para ser el paraíso de la Tierra después del caos que siguió a la confusa orden de la creación. Xan fue su primer habitante y nació del producto de la tierra adobada con caca de vaca y mierda de cerdo celta. No fue otra la razón que le hizo mas humano y menos ambicioso que el otro hombre que papá del cielo hizo con barro rojo de muy baja fertilización. Xan creció orgulloso de lo que veía en el espejo de las aguas límpidas de la ría. Y era él lo que las aguas reflejaban. Las estaciones del tiempo todavía no habían nacido y Xan no necesitaba preocuparse con la lluvia, el frio o el viento. Todo era tan bueno y confortable que Xan pensaba vivir en un mundo perfecto y que él mismo era Dios.
El tiempo no pasaba en la vida de Xan pues ya hemos dicho que las estaciones no habían sido creadas y sin estaciones ¿cómo podría haber tiempo?
El único problema que sin sentirlo afectaba Xan era su relación con la naturaleza. A su vuelta todo iba cambiando. La cabra se juntaba al cabrón en extraños ejercicios. Las liebres corrían por los montes y se juntaban en perfecta asociación de hechos, y por tales hechos se multiplicaban sin sentido. Percebes era comunidad de un único miembro y durante muchos siglos mantuvo su principal miembro incorruptible.
Xan ya era grandito cuando se encontró con el menino Niño.
-          ¿Que haces en este jardín tan bonito? – preguntó el Niño a Xan.
-          Nada. Es todo lo que puedo hacer – respondió Xan, un poco aburrido.
-          Si nada es todo lo que haces ¿no temes poder ahogarte en ese inmenso mar?
Nunca Xan se había parado a pensar con las razones que exponía el Niño, y así preguntó:
-          ¿Qué uno puede hacer para poder ahogarse?
-          Es suficiente tirarse en un pozo lleno de agua y dejar el tiempo pasar.
-          Pero, Niño santo, si por aquí no hay tiempo ¿como puedo ahogarme si el tiempo no pasa?.
El Niño, que más que santo era un trasno, pensó que alguna cosa había que hacer para que el tiempo existiese. Echó sus dos manos sobre la boca, imitando la corneta  para agradar el eco, y gritó:
-          ¡Papaaa! ¡Fabrica el tieeempo para que este idiota pueda entreteneeerse!

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