martes, 14 de diciembre de 2010

NI EL TIEMPO CONSUME

Eso de lo que hoy trata mi amigo y viajero Conde, andante  por el mexico lindo y querido, es un buen trato del tiempo,  a quien por tratado debemos someternos para hacer burla a la seguridad de alguien que no se siente seguro. Es un buen chequeo eso de apalpar el cuerpo y permitir que el agente público deslice sus manillas envolviendo aquello que hemos convenido definir como pelotización. ¿Pelotización o globalización? ¡Bah, che! ¡Qué más da! Todos son huevos de la misma tortilla.  Lo cierto es que en este mundo parroquializado  hay cachondeos, pero que muy más cachondos, que el cacheazo a que sometieron conde en algún posa-aves, de esos que dicen puertos aéreos y que se esparraman y aplanan el mundo entero.
La vida tiene dos datas, la del nacimiento y la de la muerte. Entre una y otra la vida pertenece a los vivos, y los vivos vamos componiendo esa pléyade heteronómica que el ortónimo Pessoa tan sabiamente ha ido idealizando a lo largo de su precisa y corta navegación.
Navegar por los aires exige continua atención a la turgencia de insólitas turbulencias. Pero también no basta la previdencia de la atención, consumida continuamente por la preocupación de vivir seguro cuando nuestras fuerzas se muestren inferiores a las fuerzas que la seguridad nos ofrece.
Me acosté – y soñé que estaba lejos, más allá de Bagdad, en las fronteras de la locura, en un palacio de damas cubiertas con finas sedas, exhalando aroma de ebrios perfumes, como si yo fuera un vivo Buda, de esos de un cuento de Queiros.
Había corrido toda la vida menos un poco. Es un poco que, siendo vida, también es necesario navegarla con precisión, y ya decía Pessoa que si navegar no es necesario, vivir no necesitas.
Se, porque sabia, que tengo derechos adquiridos en la cruzada de la vida. Pero el derecho nunca viene a nós cuando el tú reino se hace en vós y la voluntad se subordina a la voluntad de quien tiene colmillos de sable y pico de cuervo. Y entre picos y puntas, caminas hasta que el deseo te desanima. Y así seguimos por un desierto de vida fértil, aunque plagado de sargazos.
Por una decisión del Supremo Tribunal de Justicia me entero que esa tal de seguridad social me viene hurtando desde el momento que ella puso sus manos sobre mi nombre. Y lo hace hartándome de palos a toda vez que yo invoco el derecho de reclamar el resto de una división inexacta. Ayer, huno, funcionario de balcón pero con título superior, me preguntaba como yo creía que el bando de la seguridad podría vivir seguro sin retirar de los retirados todo el resto de un ahorro que la seguridad no ha conseguido ahorrar. Triste dilema, pensé yo, muy propio de un socrático filósofo, de un fecundo platónico, de un eficaz aristotélico o de un racional restaurador de la verdad pura y divina, Tomas de Aquino, todos actores de un tiempo que se fue pero no ha conseguido consumirlos.

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