Lo que usted podría decirme, amigo conde, es como yo rompo este lazo de dependencia a aquello que yo siempre he creído que era mío y mío no era. Después que mis sembradores marcharon sus buenas almas al espacio sideral ni siquiera mis paisanos han tenido la autonómica virtud de considerarme invitado a la cena que, siendo ofrecida por ellos, sería naturalmente mía.
Felizmente, mi Pindoschan no me libra de hacer preguntas, así como su Breogan no libra usted de evitar dar respuestas, que muchas las hay, y algunas son buenas y otras son malas y todas ellas arrojan por el camino el aroma de lo contrario y me hacen creer que el resto de esa gran división autonómica ha servido para echar la cuenta de nueve veces fuera, para demonstrar que lo que dentro se queda es superior al que anda al margen, y que lo dividido se pone en las manos del divisor, a quien se protege con una sólida muralla, sin puertas ni portales y con oídos blindados al murmullo de las calles.
El resto… El resto somos nosotros, los desvalidos de la fortuna, los creyentes de poderosos discursos, los valerosos vasallos de la industrialización, los bienaventurados obreros que, habiendo perdido sus obras, lloran su desespero por tener que engrosar filas enormes con papeles impresos de referencia curricular, que nada le valen ya que la moderna administración del cielo se preocupa en dar a cada uno lo que cada uno merece, y todo bienaventurado obrero comunitario bien ha sido compensado con el sudor de su rostro y un resto cero, grande y bien redondo, para que no se aniquile lentamente en el espacio que lo separa de la próxima primavera.
Fuimos un país que ha perdido su independencia e imperio hace dos cientos años. Y la ha perdido por causa de una lucha estúpida entre dos hombres: uno cobarde y el otro cabrón. Ciento y pico de años después, la calma se restauraría en la provincia ibérica bajo el mando absolutamente autoritario del Estado Nuevo (Portugal) y la Revolución Nacional Sindicalista, liderada por Francisco. Ambas sociedades han caducado su validad por falencia natural de sus órganos. ¿Y que fue lo que nos han ofrecido a los que ahora viven y a los pocos que sobramos de la cosecha del cuarenta?
Nada. Exactamente nada. Y nada es todo lo que necesitamos para subir a los cielos y andar de manitos arrendadas a los poderosos que allí nada tienen, porque por aquí todo lo dejan… ¡escarallado!, pero lo dejan. ¡Oh, si lo dejan!
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