viernes, 3 de diciembre de 2010

AMORFO CARBÓN

Estos días en que el tiempo prohíbe la pueril banalidad de un paseo por el relleno de la ría, por el estrecho callejón de la calle del príncipe o por la vía de la magdalena hacia  la plaza del olvido, me inclino en el portal de una vieja ventana que me encuartela en la virtualidad de un mundo real, encojonador,  sufrible, lastimado y empedernido  por la esencia del tiempo encapsuladora de la vida y que nos lleva, en su destino, al mercado de lo amorfo.
En este templo no cabe la adivinación. Los hechos son reales por su presentación en el mundo que les da representación, subsumido en este agujero negro, entrópico y cabrón.
Así yo llego todas las mañas de mi triste jubilación al foro de un distinto cotilleo en que se reflejan las más variadas pasiones del alma y permiten que yo las mida con el egoísmo de mi propia envidia, la ternura de mi amor incontenido, la ira desarbolada de la tolerancia intoreable o de la obstinación torera. Es así que yo me ilusiono delante del altar del mundo virtual e imagino el mundo real, fielmente registrado como lo fue por mis ojos templados con colores de tintas importadas de la china del Nankín.
Vivimos el aire ceénico de un ciclo utópico. Otros aires ya fueron experimentados en ciclos pasados. Todos contribuyeron al adviento del ciclo Ar Senio.
El Arsenio es un metaloide existente en variados alotrópicos, posicionado, en la tabla de los periódicos, entre el germano y el ceelenio.  Se asocia fácilmente a los metales plata, oro, cobre y otros sulfurosos del momento. En un pasado no lejano fue extremamente útil como matador de hierbas altamente competitivas con la agricultura intensiva o industrial. Ostensivamente aplicado en los campos de los años de un franco reinado, los herbicidas, a igual que los altos humos de un dirigente del carburo metálico, asentado en una pacata playa de un horizonte que marcaba el fin de la tierra, llevaban en su fórmula el efecto secundario de variada toxicidad, agudísima cuando del retorno a la exposición. Era un riesgo claro a la carcinogénesis, contribuyente de la enfermedad de Parkinson y malhechor de los hijos de Pita, quienes por inadecuada información lo consumíamos asociado a los peces, a los animales que comían pienso del campo o las aguas de las fuentes que pasaban o tenían origen en los montes.
Igual que el arsénico, los nicknames somos alotrópicos  en esencia. Nos presentamos bajo los tres colores más comunes del arsenio: amarillo, negro y gris (que es una variedad entre el blanco y el negro) Amarillo cuando nos ataca la fiebre que hace retemblar los dígitos sobre el tablado de un teclado ordenador. Negro, cuando la noche entorpece el sentido de la razón. Gris, en los momentos que el invierno, en su furia expositiva,  arroja sobre nuestros ojos el velo de un amorfo carbón.

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