viernes, 24 de julio de 2009

PARADOJA DE LAS SOBRAS

De un poder muy poco poderoso fuera de España hemos pasado a un poder extremamente fraccionado dentro de los limites de la nación que nunca dejó de ganar – o perder, vai ti a sabere.

Es curioso observar el gran esfuerzo de los europeos en promover la unión económica, política y social del espacio europeo, al mismo tiempo que en España, por cuenta de negar el centralismo de Franco, se promueve un separatismo regional que raya la locura cruzada del divisionismo feudal, desarrollado en nombre de un concepto diametralmente opuesto, reconocido con el nombre de Reconquista.

La Xunta ingresa en la contienda medieval promoviendo fusiones municipalistas como instrumento de economía autonómica y poder regional. Los partidos políticos buscan fusiones para poder gobernar en la adversidad del separatismo. Simultáneamente dibujan estrategias de alianzas a corto plazo, buscando descubrir la debilidad de sus aliados y hundirlos finalmente al conseguir la unidad.

Las grandes corporaciones, con su poderoso instrumento de economía de escala y estrategia de dumping, consiguen poner un cerco a la difícil estructura de supervivencia de las familias parroquiales. Discursan sus embates utilizando la boca de los propios combatidos. En nombre del noble señor del trabajo claman con glamur la presencia de invasores, abriendo todas las puertas a la oficialidad de sus bien trenadas corporaciones. Instaladas las huestes del general invasor, el cautivo parroquiano observa como el vecino pierde su trabajo para un supuesto mejor trenado en arras de la competitividad. Las economías conseguidas durante una vida dedicada a la prevención del ciclo de los difíciles siete años son atraídas por el magnetismo de las cajas bancarias. Las cajas se encargan de buscar ilusionistas de la financiación, que se encargan de conseguir promotores, que se encargan de financiar gestores políticos, que se encargan de ofrecer maquillaje urbano, que refuerza la ilusión sublime de múltiplos oasis por el que de todos las aldeas resuelven vender lo históricamente seguro para comprar una frustrante quimera.

De la bucólica abadía, donde la arquitectura del trabajo ocupa con plenitud todo el espacio de vida que nos fue atribuido por fuerzas extrañas de la Tierra , y todavía mal entendidas, pasamos al ocio doliente de las urbanizaciones cementeras, donde consumimos nuestra existencia exenta de virtudes, prolongándola en un sin-sentido que nos mata, creyentes de haber vivido plenamente cansados por correr atrás del nada.

A Galicia sobra lo que falta a otras comunidades. Le falta razón para comprender lo que otras comunidades buscan en Galicia. Nos falta empeño para querer avanzar hacia la mayor edad por nuestros propios medios. Nos vendemos a las máquinas que cobran por el trabajo. Y las máquinas, legítimos dueños por herencia de los virtuosos que las han concebido, exigirán nuestra expulsión cuando no tengamos más nada para financiar su reposición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario