El Yapeyu singlaba los mares del sur con más determinación, con más seguridad y lujo muy superior a aquel realizado por Cabral por ocasión del descubrimiento del Brasil.
Dos días antes, yo había notado la presencia del país de destino de una forma bastante sutil y al mismo tiempo halagüeña. Un emigrante portugués, con un enorme radio de pilas apoyado en su hombro, todos los días de mañana se posicionaba en algún lugar estratégico, a estribor del buque, debajo del puente de comando, insistiendo destacar, entre muchos ruidos de rayas y puntos del código Morse, algún indicio de tierra civilizada.
La primera señal de civilización fue una melodía en portugués, que me emocionara extraordinariamente un año antes cuando la escuche por vez primera en una película de mucho éxito pasada en cinemascope en la Coruña. Se trataba de Orfeo Negro, una película franco-brasileña sobre el carnaval. La música que ahora reactivaba mis recuerdos era una canción con ritmo de bossa nova, su letra comenzaba más o menos así:
Amanecer, que lindo amanecer, en la vida una nueva canción…
A babor, en el horizonte de un mar infinito, asomaba el sol en todo su esplendor. Vaticinaba promesas de realización y mucha esperanza para los dieciocho emigrantes de nuestro concello.
Dos días antes, yo había notado la presencia del país de destino de una forma bastante sutil y al mismo tiempo halagüeña. Un emigrante portugués, con un enorme radio de pilas apoyado en su hombro, todos los días de mañana se posicionaba en algún lugar estratégico, a estribor del buque, debajo del puente de comando, insistiendo destacar, entre muchos ruidos de rayas y puntos del código Morse, algún indicio de tierra civilizada.
La primera señal de civilización fue una melodía en portugués, que me emocionara extraordinariamente un año antes cuando la escuche por vez primera en una película de mucho éxito pasada en cinemascope en la Coruña. Se trataba de Orfeo Negro, una película franco-brasileña sobre el carnaval. La música que ahora reactivaba mis recuerdos era una canción con ritmo de bossa nova, su letra comenzaba más o menos así:
Amanecer, que lindo amanecer, en la vida una nueva canción…
A babor, en el horizonte de un mar infinito, asomaba el sol en todo su esplendor. Vaticinaba promesas de realización y mucha esperanza para los dieciocho emigrantes de nuestro concello.
Rio era el destino de algunos de mis vecinos de Cee. Otros tenían São Paulo como plaza más adecuada a la obtención de trabajo y a la soñada oportunidad de medrar fortuna. Había una gallega de Ourense que emigraba sola al Uruguay.
Al arribar en Rio, la chica de Ourense y yo combinamos visitar el Cristo Redentor y algún otro rincón típico de aquella monumental ciudad, en aquella época con casi tres millones de habitantes y capital política de uno de los países más extensos y menos poblados del mundo.
Antes del paseo planeado yo debería realizar la tarea de entregar un regalo a Emilio Lado, futbolista y héroe en mi niñez. La entrega del regalo en el destino deseado había sido un pedido de mi madre por solicitación de los tíos de Emilio, los Cerviño de la casa Lado de Cee.
Al arribar en Rio, la chica de Ourense y yo combinamos visitar el Cristo Redentor y algún otro rincón típico de aquella monumental ciudad, en aquella época con casi tres millones de habitantes y capital política de uno de los países más extensos y menos poblados del mundo.
Antes del paseo planeado yo debería realizar la tarea de entregar un regalo a Emilio Lado, futbolista y héroe en mi niñez. La entrega del regalo en el destino deseado había sido un pedido de mi madre por solicitación de los tíos de Emilio, los Cerviño de la casa Lado de Cee.
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