Público o privado? Se pregunta Luis. Por supuesto, público como un wáter closet al que en muchos lugares también denominan privada, toillet, retrete, letrina, inodoro, evacuatorio, mictorio, sala de aseo y otros eufemísticos usos, todos ellos pasibles de ser redactados con la inteligencia y soberbia de un nero defensor de lo privado.
Nadie (este parece ser mi nombre) duda de que el ejército, diferentemente de la policía, tiene como misión el uso de instrumentos tecnológicos que lo habiliten al ejercicio de la guerra en cualquier escala. En mi mente aldeana, aislado de la parroquia, la palabra guerra se fusiona con todos los conceptos que se atribuye a la palabra terror. Mi razón ataca los sentidos todavía con más radicalidad, minimizando la palabra terror como diminutivo de guerra, que, por el campo de actuación e historia, refleja un estado maximalista del terror.
Como bien los explicaba el filósofo Carl Marx, los obreros producen toda la riqueza que sostiene los impuestos y el lucro de los empresarios; los impuestos producen todos los sueldos, dietas y pensiones que sostienen todos los políticos y los funcionarios a servicio del servicio público. Una parte de esa riqueza corre por cuenta de la privada, a titulo agridulce de salario, con la misión de mantener el cuerpo obrero relativamente sano y capaz, en su misión presupuestaria, de reproducir bienes, servicios y también a si mismos. En definitiva, de lo que resulta calamitosamente congruente, lo público siempre paga lo que gasta lo privado.
¿Por quien tocan las campanas en el Pacífico? ¿Por los obreros pescadores que reciben ordenes? ¿Por los atuneros que ejecutan las ordenes? ¿Por los cementerios vacios en los caladeros del atún, exilado a las mesas de Europa? ¿Por esos abnegados somalíes, empobrecidos y divididos por la gestión extranjera de sus recursos naturales? ¿Por la libertad de este vuestro porfiado obrero, jubilado en el exilio, a decir lo que piensa sin pesar de lo que dice?
Si tocan las campanas será por resonancia del badajo o a golpe de ariete. Sonando, habrá que identificar su sonido, ya por la intensidad, frecuencia del repique o por la mano del pujador de las cuerdas que transmiten el sentimiento de Pedro el ciego, Pepe el tonto o Xan el justo. Tolín, tolón, alternadas cinco veces y separadas por breves segundos, de momento suenan a toque de gloria de lo público de Zapatero en oposición a lo privado de Feijoo.
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