jueves, 12 de noviembre de 2009

PECCATA MUNDI

PECCATA MUNDI
Estar en pecado público y no ser admitido en la comunión global es un pensamiento de difícil resolución en concepto de la razón difusa. Y no digamos cuando la mente se presta apta a divagaciones de reflexión confusa. Paranoia de todos los colores es la consecuencia inevitable por sentencia tan discriminatoria, inútil por su contenido y fútil en los resultados.

Los pecados son muchos y pueblan la tierra desde el día que la ira de dios fue desafiada por un pecado que no tuvo génesis en el deseo insaciable de Eva, al comer una manzana; ni en la  corrupta serpiente, por su interés en extremalizar la sensualidad, lascivia y sexualidad de una costilla barrenta, ni mucho menos en la acidia del poco espirituoso Adán.  La historia del pecado tuvo origen mucho antes, ¡pero que mucho antes!  Ocurrió en la tranquilidad del reino celestial. Dos ángeles disputaban la custodia del señor. Como es conocido, uno sentaba a la derecha y el otro ocupaba el sillón de la izquierda. Cupo al lucero, hijo del alba, el más ingenioso y poderoso ángel de la Tribuna Celestial,  el mérito de haber dado vida al pecado, tan excelentemente fructificado en la Leira del Edén por cuenta de la famosa inconfidencia del trío psicotécnicamente insuflado por Lucifer, a la sombra de un manzano. Sí; si el hombre fue la gran obra de dios, que lo modeló a su imagen y semejanza, el pecado fue la gran creación de Lucifer, quien prefirió cambiar su luminoso nombre para otro vulgar, Demo, y así, sin orden ni desconcierto,  pasó a repartir el pan a diestro y siniestro, amasado con el sudor de Adán, el perfume de Eva y una gota de saliva del ofidio milonguero.

La naturaleza pecaminosa del santo humano fue hecha a prueba de cualquier defección. Tuvo origen genética en los gestores libertos de la tutela de dios y sus ángeles, al recibir la extremaunción por el primer pecado de la humanidad. En un sigue y suma, el pecado fue navegando hasta nuestros días. Y aunque algunos digan que el pecado original fue redimido hace más de dos mil años, la verdad es que muchas copias  han sido labradas y otras tantas han sido producidas por enjertación y clonación, en suelo, vitro y hasta en barriga de alquiler.

La vida hay que protegerla para que ella se desarrolle. Pero antes que protección, la vida necesita amor, deseo de alguien que quiere verse reproducido, de alguien que tenga capacidad de amar mucho, muy por encima de una simple relación carnal, brutalmente animal; de alguien que sepa cuidar y quiera cuidar de su educación, de sus valores morales, políticos y, porque no, también religiosos. Venir al mundo por una simple combinación química entre un espermatozoide, competidor bien sucedido, y un óvulo involuntariamente a su espera no es de buena moral. En tales circunstancias, el aborto, como decisión psico-técnica capaz de impedir surgimiento de una vida, tachada de pecaminosa en los templos parroquiales y por todos los motivos indeseada, es una labor que debe tener la protección social del Estado, y también de la Iglesia por su natural misión de promover la paz y su facilidad en la comunicación con el gentío. Vox populi, vox dei. Comulgar con el pueblo es servir a Dios ad libitum, no hacerlo es peccata mundi.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario